miércoles, 25 de marzo de 2009

Desdén, de un baile reiterativo




Carlos Sánchez
La consigna es contundente: la soledad como destino. En el salón la algarabía contagia a los espectadores que no la piensan para el aplauso, celebración inminente de esos instantes felices producto del baile, la música, la poesía en versos de un mesero que disfruta su vocación.
En el teatro Emiliana de Zubeldía que es el Salón México se instala la pasión, y en una mesa fluyen los diálogos de cortejo, el devaneo, la inevitable presencia de la báscula indagando los porqués del amor o desamor.
Poco antes de las ocho de la noche la pareja subió los escalones del edificio de Museo y biblioteca de la Universidad de Sonora, iban caminando con elegancia y al encuentro con su cita: ambos cuerpos siguiendo el compás de las notas de un danzón.
Ya en el escenario, hubo entonces otras parejas en su entorno, la posibilidad de espectadores improvisando su oportunidad para prestar su nombre a un personaje pasajero. Veían con fruición los actores de paso, el desfile de contoneos en abrazos, la falda girando en la duela, con un toque preciso de iluminación; el zapato de tacón mostrando la punta como una nota precisa.
Supimos los espectadores la adrenalina que enciende el hecho de moverse en brazos de un ser extraño, trepamos al escenario y fuimos entonces un instante también de placer por el juego de moverse con exactitud.

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Así el inicio. Bailar y saber que la locación de la anécdota es una fiesta constante. Cotidianeidad de la época, los cincuenta. Y como conflicto el diálogo de lo que fue, lo que se desea ser: domar a la mujer que se resiste al sí.
Ella en la exposición de la circunstancia, él con el discurso de la posesión, a veces soterrado, en ocasiones con descaro. Y la vida sigue como dictan los cánones, las mesas con la iluminación perfecta, el refresco marca cocacola convocando a los actores, de paso y profesionales, a los espectadores mismos, al trago ante esa sed del calor que provoca el dancing.
Jaime Sabines llega en los amorosos en voz del mesero. Y entrelaza las escenas con la circunstancia de la pasión reflejada en la pareja que discute, ama, sonríe, vuelve al baile para no variar en el desvelo, a fin que ese es el móvil de la cita.

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Entre baile y aplausos, rechiflas de contento por la propuesta de la alegría en el baile otra vez, el baile para siempre. Y así el trepar al escenario fue un ir y venir, en espera constante del vuelco del guión en este Desdén, el último danzón.
Que llegué ya, que se transforme ya, que se cimbre el cuerpo ante ese cuchillo que el varón promete hundir en la espalda de la dama que dice sí, no, te amé, después, “Todos estamos solos, venimos solos y solos nos vamos”.
Que la dramaturgia nos sorprenda, que el diálogo nos haga llorar de pasión que para eso están prestos los amorosos esta noche.
El letargo se nos vino encima, no supimos (no supe, corrijo), cuando la compañía Perro Teatro A.C. cerró el telón. Las palmas tronaron como estuvieron chocando durante el curso de la obra.
Agradecer debo, claro, esos instantes de regresarme la pasión por el baile que no se qué noche extravié en el clóset del pudor. Bailamos, bailé, si bien es cierto con torpeza. Pero fui libre otra vez. Yo que siempre soñé con treparme a un escenario e irrumpir en medio de una obra de teatro, esta noche de marzo y festival, he triunfado. Aplausos.

1 comentario:

Alejandra Meza dijo...

ahora entiendo por que festejaste con tequila.

P.d

Me gustó: "la poesía en versos de un mesero que disfruta su vocación"