domingo, 15 de marzo de 2009

El mayor desafío al Abismo


Philippe Petit cometió un crimen de belleza sublime en 1974 al caminar por un cable de acero entre las Torres Gemelas de Nueva York. Un documental ganador del Oscar narra sus hazañas. Conversamos con el hombre que sueña con alcanzar las nubes.

por Barbara Célis / El país

Hay poetas que no utilizan la palabra. Prefieren las nubes. Y además, sonríen cuando se acercan a ellas. El francés Philippe Petit escribió la poesía más arriesgada del funambulismo un 7 de agosto de 1974, al colocar ilegalmente un cable de acero entre las Torres Gemelas de Nueva York y caminar entre los 43 metros que separaban los dos edificios durante casi una hora. Realizó ocho viajes a través del cielo, con los que desafió las leyes de la naturaleza y embrujó al planeta entero. “Me sentía como un explorador en un mundo diferente. Ningún ser humano había caminado sobre aquel vacío, así que para mí era como descubrir un nuevo continente. Me emocionó la belleza y la simplicidad de aquel acto, aunque no llegué a llorar. Un funambulista necesita sus ojos nítidos cuando está en el aire”. Pero sí sonrió, extasiado. Lo dicen las fotografías que tomó su amigo Jean Louis Blondeau, uno de los cómplices que hicieron posible aquel acto extraordinario que Petit aún califica a través del teléfono como “artístico-criminal”.
Son las únicas pruebas que existen de que estuvo allí arriba, puesto que sus co-conspiradores no pudieron grabar el golpe: la policía apareció antes de lo previsto y abortó la filmación.“Quedan las fotos y las historias orales de las miles de personas que, desde abajo, asistieron al espectáculo de ver a un hombre caminar por el cielo como si fuera un pájaro. En aquel momento me enfurecí, pero hoy me alegro. Soy un poeta y creo que es más bonito así, sin imágenes en movimiento, lo convierte en algo más legendario, como un cuento”.
A punto de cumplir 60 años, este mago, escritor, malabarista, emperador del equilibrio y, sobre todo, autor de lo que el escritor Paul Auster definió como “un regalo a Nueva York de asombrosa e indeleble belleza”, habla desde su escondite en un pueblo cercano al mítico Woodstock (al norte de Nueva York). Acaba de regresar de Los Ángeles, donde el pasado 22 de febrero hizo equilibrismos sobre el escenario del Teatro Kodak con el Oscar al Mejor Documental del año, Man on wire, del que es protagonista. Así bautizó la policía neoyorquina el crimen perpetrado por Petit, quien decidió aceptar en 2006 la propuesta del director británico James Marsh de transformar aquella persecución de la utopía en un documental que Robert Zemeckis planea ahora transformar en una película de ficción.
Basado en parte en el libro Alcanzar las nubes (Alpha Decay), escrito por Petit en 2002, el documental funciona casi como un thriller en el que el propio artista y sus cómplices (ex novia y amigos) narran cómo trabajaron durante seis años para hacer realidad el sueño de un visionario que se enamoró de las Torres Gemelas cuando aún eran sólo un proyecto. Petit vio en 1968 un boceto en una revista. Cerró los ojos y las unió instintivamente con una línea de bolígrafo. Quizá si no se hubiera encontrado casualmente con aquella imagen en la sala de espera de un dentista de París, hoy sería Funámbulo, el torero. “Ése hubiera sido mi nombre artístico. Torear era mi otra gran pasión. Empecé a hacerlo de adolescente, y a los 18 años viajé por España y Francia con dos toreros franceses con los que hacía de mozo de espada. Al mismo tiempo empecé a probar las alturas. Se me daba muy bien y me fui entregando a ellas”. Uno de sus sueños incumplidos es unir ambas pasiones: dibujar una línea sobre el cielo de una plaza de toros española y caminar sobre ella. Incluso inventó un paso, el torero, que, por supuesto, también practicó sobre el World Trade Center.
Antes de conquistar ilegalmente el cielo de Nueva York, se paseó por encima de Notre Dame, en París, y sobre la Ópera de Sidney. Y tras viajar por primera vez a la Gran Manzana en enero de 1974, puso en marcha un plan semicriminal que jamás se hubiera materializado sin los amigos que creyeron en su sueño (o en un mundo pos 11-S, obsesionado con la seguridad). Estudiaron planos, falsificaron identidades, introdujeron ilegalmente en las torres cajas y cajas de materiales y llegaron hasta sus azoteas. Pasaron toda la noche colocando y tensando el cable, hasta que llegó el momento de que Petit diera el primer paso sobre un vacío de 417 metros de altura.
“Nunca tuve miedo. No puedes tener miedo. Yo sólo lo siento cuando el espectáculo ha terminado. Una vez que avancé un poco, sentí una inmensa alegría de estar allí. Uno de los momentos más bellos fue cuando me tumbé mirando al cielo y vi una gaviota que se acercaba a curiosear. Mantuve un diálogo silencioso con ella, hasta que se fue. Hablé con todos los dioses, aunque no soy religioso. Cuando estoy ahí arriba, mis sentidos se agudizan. Soy como un animal salvaje que tiene su vida en sus manos y tiene que preservarla. Recuerdo una sinfonía de sonidos: la gente moverse y hablar a los pies de las torres, mi corazón latiendo fuerte, el sonido de mis pies sobre el cable de acero, el ruido que hacían las torres al ser balanceadas por el viento…”. Escuchar a Petit con su fuerte acento francés es como inyectarse una sobredosis de amor por la vida. Aunque su pasión, el funambulismo, esté inextricablemente unida al coqueteo con la muerte. “Es una asociación errónea; para caminar por ese cable hay que estar enamorado de la vida. Reproduces el milagro de vivir. Eso es lo que te empuja a pensar cada paso”.
Pero ¿qué le empujó entonces y qué le empuja todavía a abandonar tierra firme para convertirse en “un ser aéreo” que ha realizado más de 75 espectáculos en las nubes y aún sueña con cruzar el Cañón del Colorado? “Desde niño odié que me dieran órdenes. Aprendí a subirme a los árboles. Quería actuar en el circo, pero ninguno me admitió. El funambulismo fue una evolución natural. Hay una parte de mí que no quiere estar en la tierra. Me gusta volar sobre ella, mirarla desde arriba, ser inalcanzable. Además, después de haber sido arrestado más de 500 veces, es el único lugar donde la policía no pudo tocarme”.
Practicar mimo, magia o malabares en la calle, cosa que aún hoy hace por sorpresa en Nueva York, ha sido la causa de esos arrestos. Tras permanecer 45 minutos en el aire, también le detuvieron en las Torres Gemelas. Pero la presión popular obligó a liberarlo con la única penalización de hacer un espectáculo para los niños neoyorquinos. Petit se convirtió en héroe, se instaló en Manhattan, le llovieron propuestas para colaborar con artistas como Baryshnikov o Milos Forman… No aceptó venderse. “Un hombre en el cielo es un milagro, y esa sensación de que puedes cambiar tu vida, de que lo imposible puede ocurrir, dejaría de ser bello si se utilizara para vender un producto”.
Con su osadía catapultó al estrellato dos torres que entonces todos despreciaban en Nueva York. Las convirtió en uno de los símbolos de una ciudad que ha encontrado en Man on wire un elegante tributo: el filme evita mencionar el desastre del 11-S. Petit se niega a explicar lo que sintió cuando una vecina le llamó para decirle que se acercara a su televisor (él nunca ha tenido) para ver lo que estaba ocurriendo aquel trágico día. “Miré al cielo, era una mañana azul y soleada. Supe que no era un accidente. Pero demasiada gente perdió la vida para que yo hable de mis sentimientos personales. Además, es fácil imaginárselo, en mi corazón las Torres Gemelas estaban vivas”.
El documental ‘Man on wire’, ganador del Oscar, se estrena en España el próximo 18 de marzo.

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