viernes, 15 de mayo de 2009
Mi hábitat y un café
En la estridencia del tráfico que soy busco un lecho para la paz. A menudo aterrizo en el restaurante del hotel Colonial. Nomás atravieso el umbral y ya el aire tiene otro color. Respiro ante un café, agua u horchata.
Leo veces, pendejeo las más. Me sumerjo en la imaginación y Pepe Revueltas me informa lo pequeño que soy. Vivir su precisión es sufrir la felicidad del arte en el discurso.
Anduve ya muchos años entre las rejas de agua en esos muros de las Islas Marías. Ahora el Luto humano, antes Los motivos de Caín. Así todos los días, sorteando las monedas para completar el pago del café, en este lugar donde se remunera cada instante, pagado con pocos pesos.
Hoy vino Lauro el mesero, me regaló como siempre la cortesía en sus palabras. A Lupita la cajera, esa mi mecenas consuetudinaria, no la alcancé, porque allá debajo del cerro su barrio que es el mío, y después de las tres, la espera su nieta, sus hijas, los perros, incluso. Escribir sobre ella me queda grande. No podría con letras narrar la historia de su solidaridad desde la adolescencia.
He llegado esta tarde de futbol en liguilla, me he instalado en la mesa catorce, la misma desde hace todos los años. Lauro me lleva agua de jamaica, pronto reconozco el dulce en exceso, el mesero ve algo en mi gesto y de facto me llega con una jarra de horchata. Revuelvo la mirada en el refresco y en el desatino de un tiro libre directo en la pantalla.
Susana es esbelta, el pelo recogido es requisito para su empleo. Sirve las mesas. Esta tarde, y en silencio, pone un plato de arroz con leche en mis ojos. Sólo sonríe y se va. Hace un buen que vengo sorteando esta suerte de los bolsillos desnudos. Y otra vez con su gesto, sin anotar el menú en la comanda, me arrebata el sollozo desde el pecho.
Me arranca también varias preguntas. ¿Por qué me da sin preguntar? Y es que a menudo también ocurre. Los presos con los que tallerero textos se quitan sus ropas para abrigarme. Me llevan de la mano al comedor y me ponen en el primer lugar de la fila.
Norma es cocinera. Trabaja en el Colonial. También me saluda al llegar. Varios postres me ha regalado, con sonrisa prendida. Desde la ventanilla levanta su mano. O a veces sólo nos miramos. Con eso basta para decirnos la simpatía.
Érica tiene turno de mañana. Adivina siempre lo que pediré para desayunar. Me cuenta su pasión para con su hija. Bailamos las palabras. Encuentra en mí al hermano mayor. Felicidad le abunda cuando el tema es resuelto con palabras y sabe que habrá beneficio para su muchachita que cursa preparatoria.
Pues es este mi hábitat. Me sumerjo en la paz del restaurante, aunque a veces en él irrumpen los políticos que todo lo tocan y echan a perder.
A veces descubro quién será el próximo candidato de equis partido. Porque los promotores de la democracia promueven también la estridencia, y gritan, y caminan erguidos, porque tienen el poder de levantar el dedo en una tribuna, y enriquecerse con mentiras. Hablan como en altavoz e informan sus transacciones. Me entero siempre.
Entre los trabajadores del restaurante y yo, nos reímos de la capacidad de mentir de estos políticos, o de la habilidad de escabullirse hasta dejar al último de la mesa para que corra con la cuenta. Varias veces he visto a Joel, otro de los meseros, correteando a los políticos para que paguen lo que consumieron.
La vida tiene estas aristas, y en una ciudad tan pequeña, difícil es escaparse de estos entes como funcionarios.
Pues hoy he llegado con la suerte de la soledad. Y permanece en esta tarde de futbol en la que un comentarista se desgañita por los yerros del delantero de Indios. Afuera la tarde empieza a caer, y no me queda más que seguir con la dicha feliz de los meseros, la cocinera. Los veo y son mi familia desde siempre. Y me dan lo que tienen: honestidad prendida de los labios. Mis ojos se pierden al través de los cristales del restaurante. En un niño que viaja en bicicleta por el lomo del puente de un río que se resiste a morir.
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2 comentarios:
cafecear es el verbo
y hoy le toca a Benedetti
Salud!
De hecho este mismo día murió Mario Benedetti. Te dejo un poema que me gusta de él, mismo que además ejemplifica una realidad constante del escritor, un sentir que habita no sólo en la creación poética, sino en la generalidad de la literatura. Saludos Carlitos; a ver si ahora voy por mis libros.
PAPEL MOJADO
Con ríos
con sangre
con lluvia
o rocío
con semen
con vino
con nieve
con llanto
los poemas
suelen
ser
papel mojado.
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