martes, 26 de enero de 2010

Casa Palacios: una historia de agua y fraternidad

El canto de un gallo llena el corredor. Pasa un carro por la calle y su ruido dicta que también existe la urbanidad. Sin embargo, el murmullo de las hojas de un árbol, dibuja un escenario para el impulso de un pintor. Y trazar la paz en colores, atmósferas, armonía.
Aquí las voces de los dueños de la arquitectura colonial, que es la Casa Palacios, son un abrazo permanente de generosidad. Un café después de los buenos días, la invitación a la carne machaca con verdura en desayuno, el ponche con su piquetito de anís.
Es un privilegio atravesar la puerta de madera para encontrar a Silvia Palacios y Heriberto Álvarez. Nomás llegar y es tener la certeza de las puertas abiertas, el ingreso a una familia cuyos esposos son anfitriones de corazón. Sus manos profesionales de la solidaridad, sus miradas un refugio para nuestros nombres.
En la cocina se conversa, mientras que desde una radio informan la situación actual del clima, el canto del gallo, quien no obstante ser de mañana, insiste en su gorjeo. Aquí el temporal es intransigente al pronóstico del clima, y el agua se desprende de las nubes para llenar de música el viento que ya se cuela por las ventanas.
Cuánta ternura se desboca en el ritmo de las palabras de Silvia, Heriberto. Cuanta resistencia en esta vida en la que le caen ya más de setenta calendarios como historia en cada uno.
Son sus vocablos un cuento rulfiano, o bien la similitud de El luto humano, obra precisa sobre la lluvia constante, y escrita por José Revueltas, el mejor y mayor escritor de México. (En este momento, en que evoco a Pepe, don Heriberto me hace una seña y me convoca a la cocina, porque allá espera la nobleza en alimentos).
Con el estómago satisfecho por ese plato de pozole servido desde doña Silvia, regreso la mirada a las plantas, el ruido de las aves me incita a la catarsis, son también las nubes las que llenan de un tono cálido la ciudad que se llama Álamos, y es patrimonio histórico de la humanidad.
Esta mañana, muy de mañana, Heriberto me ha contado los arrebatos de la lluvia, la irreverencia de un río que hace poco más de un años doblegó su cauce hacia los barrios y sus casas. Fue el caos provocado por el huracán Norbert el que estremeció la ciudad. (En este instante pasa doña Silvia y me saluda ondeando su mano, le propongo que se acerque y me converse la vida, la señora sabe el oficio que ejerzo, intuye que lo que diga puede ser usado en alguno de mis textos, me dice dócil: orita, orita. Le pido que no me falle, y repitiendo la frase, sigue su camino: “no te fallo, no te fallo. Ah, mira, ai sale el sol, pero luego le da vergüenza y se esconde es muy tímido”.)
Deseo seguir en esa conversación de Heriberto, pero el ruido en la cocina me distrae, es tanta la música en los sartenes que la emoción se desborda, el impulso es cuasi irrefrenable por ir a contemplar a Silvia mientras construye el menú para la tarde y sus comensales.
Tengo, sin embargo, las historias de Heriberto. Me caen desde la cabeza hacia el pecho. En ocasiones un nudo en la garganta. Y es que el ritmo de sus oraciones es preciso, me lleva a la vida en ese desbordamiento del río. Necesito dejar que su voz cuente las anécdotas. Lo intento.
“Papeles, escrituras de casa, carros, todo se fue en el río, y el pueblo no se ha recuperado, ni se recuperará tan pronto. Y depende todavía de dónde, porque si no hay empleo, cómo se van a recuperar, al contrario, van pa’bajo. Se oía el ruido del viento, yo no salgo, me salgo pura frejada, a ver qué Dios dice, afuera estaba oscuro, no había luz, nomás en la noche mirabas brillar el agua. Había una muchacha hospedada y el dije que se saliera, porque ya el agua estaba inundando la cama. Había un lodazal apestoso, negro con gris, era un asco”.
En estos días de Festival Alfonso Ortiz Tirado, el agua insiste. Y ante la mirada de Heriberto, y con el antecedente del torrente en Álamos, donde además de que se inundó su casa, el río se llevó su carro, la pregunta parece irónica:
--Pero, señor, ¿a usted le gusta la lluvia?
“Sí, me encanta que llueva, haiga pasado lo que haiga pasado, el agua es la vida mi amigo, el agua es la vida”. (cs)

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