viernes, 25 de noviembre de 2011

Lluvia nocturna

Carlos Sánchez
Hundí mis pis en los charcos, como se hunde el recuerdo en la memoria. Miré hacia el cielo y agradecí por las nubes, la lluvia. Luego fue inevitable, al caminar sobre el periférico sur, revirar en busca de un camión. Pasó uno y sólo me bañó con el movimiento de sus llantas. Moví mi mano para decirle adiós al chófer. Sin reproches, y seguir el rumbo.
Mientras caminaba volví a los días de infancia, con la imaginación presta me sumergí en el arroyo del barrio, un río crecido ante mis ojos, las caricias en mis pies desde la corriente, la arena después sobre mi espalda.
Caminé y caminé maravillado de tanta agua, las nubes densas, el cielo denso de un gris para emocionarme. Los camiones, la ruta cuatro, la dos, ni sus luces, y ni aún así la emoción me abandonó.
Caminé con la mochila al hombro, porque en ella carga uno sus dichas y el recuento de lo que se acumula en los días. En ella, puedo decir, traigo el corazón de peluche que un camarada levantó en la calle y me lo obsequió con su mirada transparente: “Consérvalo, hasta el día que me muera”, me dijo. Y acato.
Así anduve por la periferia, como un perro en libertad, empapado. Ahora escampa, es otro día, el cielo sutil informa la paz. Yo bebo café y celebro los charcos, los arroyos, la llantas de camión para mojarme y regresar al origen con los pies puestos en la tierra.

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