martes, 6 de noviembre de 2012

La importancia de la música




Carlos Sánchez
Volver a Cananea. Los cerros como un camino bordado hacia el corazón.
Descendimos la cuesta, levantamos flores con los ojos, sentimos olores de tanto amar el paisaje. Ruido de pájaros, el viento luego para formarnos la idea clara de una tarde clara.
Cananea es esto y aquello: la memoria de una caminata sobre la plaza, el sicomoro alumbrando los sentidos de un niño que juega a ser guardabosques, la canción siempre repetida en noche bohemia y la historia de un preso por causa de su torpeza. Notas y versos de un pormenor.
Llegamos apenas la tarde en su pardeo, cruzamos las vías del ferrocarril y atrás la incertidumbre de la sierra, ese lugar adonde se trepa y quién sabe si uno podrá bajar. Esta ocasión, como tantas más, logramos el descenso con una sonrisa como careta inamovible.
Brindamos de manera tácita, apenas con el rumor de nuestras energías, apenas con la complicidad de la mirada. Luego fuimos a la biblioteca, después al barrio Cananeavieja, ante los ojos y las flores, esperando por nosotros Josefa, Chago, Socorro, los Rojas Molina: casa de puertas abiertas. Estrechamos las manos como vehículo de confrontar el alma.
Vimos un jardín, dos moradas para pájaros, un montón de ocre y pocos grados centígrados. Celebramos sin palabras, los párpados abiertos para describir el sentimiento.
Más tarde fue lo de Poesía en prenda, antes una sopa, unas enchiladas, una taza de café. Y vinieron las palabras para recordar al poeta ido: Abigael Bohórquez quien por el oficio todo lo diera.
Estábamos, estuvimos para celebrar los versos, la entereza, el atino de la palabra construyendo congruencia, sapiencia. Josefa Isabel Rojas Molina dijo el recuerdo y todos los presentes, después de las siete de la tarde y dentro del marco del veintisiete aniversario de la Biblioteca Pública Buenavista del Cobre, observamos al vate echando agua en la cabeza a un poeta en ciernes llamado Ramón Martínez. Porque así bautizó Abigael en su primera lectura a Ramón.
Eso fue en aquéllos años cuando Bohórquez llegó a Cananea y de cuya ciudad tenía la idea de una cabaña repleta de libros. Así la charla, después la lectura, Desazón es un poema que nos encoge el corazón y nos lo aprieta, también estuvo allí.
Vinieron comentarios, preguntas, datos fluyeron sobre el poeta Abigael, y aplausos a favor de su existencia. Así la tarde de un jueves para clausurar el día, con la poesía dispuesta, el recuerdo presente, perenne.
Al día siguiente la invitación, Verónica Canela que nos lleva de la mano generosa al restaurante de mariscos Mayra. Allí por sorpresa nos tomó la música desde el talento de Francisco Bracamontes.
Con un palo de ciego reposando en el umbral de una mesa, frente a un vitral, y más allá él con guitarra en mano, con micrófono cerca de los labios para vacilar la vida a ritmo de cumbia, de balada, unos Apson bien aplicados para recordar cuando apenas era un jovencito mi mamá me decía…
A Francisco hace algunos años se le apagó la luz de los ojos, y esto una consecuencia para encender la luz del talento, a más, porque ya lo traía, y fue entonces que ya de tarde y viernes preámbulo para la presentación de un libro más, Matar (conversaciones con asesinos), comimos acompañados de versos sin estridencia, de palabras hilarantes, divertimento ingenioso.
Un arroz, pescado frito, salsa bandera, limonada natural, camarones empanizados, caldo largo. Francisco nos convocó con su canto, y bailamos para adentro, porque el pudor nos paralizó el cuerpo. Celebramos su creatividad, la enjundia, y nuevamente supimos que Cananea es un canto constante.
Hubo un momento en el que vimos la sonrisa sostenida del cantante, y fue en el momento de entonar aquella historia de una sirena como desayuno. Nos divertimos también con la anécdota, con el equívoco en el verso y decir gallina por sirena. “Todos me dieron un carrillón”, dijo Francisco.
Y hete aquí la prueba de la música como importancia para seguir diciendo. Porque si no los ojos: sí los versos, el rasgueo, las canciones. Francisco Bracamontes se gana la vida y vive porque la música es emoción y también un oficio de generosidad.
Volvamos a cantar. Volver para bailar.






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