Carlos Sánchez
Consecuente. Abigael
Bohórquez rebasa ahora los designios de sus predicciones. Tal vez nunca imaginó
lo que la poesía daría a su propio nombre: la inmortalidad.
Porque muere el poeta
y el verso se agiganta. Las palabras desde el instinto, el dolor, la
honestidad, son fragua inmarcesible para rubricar el cielo. Abigael no pudo ser
de otra manera.
Oriundo de Caborca,
éste su pueblo del que un día emigró sólo para ir en busca de sí mismo y al que
luego regresó nada más para seguir encontrándose y tocando a través de la
poesía, aquí, con el recuerdo de las golondrinas que su madre doña Sofía amó
desde la ventana de la que fue su casa.
A Bohórquez, ya lo
dijo el poeta, Efraín Huerta, le duele el esqueleto cuando camina. ¿Y por qué
no?, si el compromiso con la palabra le significó el compromiso consigo mismo y
fue entonces que levantó la voz para decirse y decirnos lo que amó, lo que ama.
Oh poeta de poderosa y macha poesía.
Abigael Bohórquez, poeta de todas las latitudes.
Y fueron éstos los
móviles para sus versos, los que caminan de la mano del prestigio, consecuencia
que le ha valido ahora que ellos mismos tomen, a partir de su fuerza, su propia
difusión, y cabalguen otras lenguas, como es ya el francés y próximamente el
portugués.
Prudente. Anduvo los
camellones de la ciudad tocándose los bolsillos locos, en frágil ayunanza,
recogiendo azahares, exprimiendo naranjas, tomando espigas. Y fue así que la
congruencia un día también fue para él digno apellido. Y no dejó de volver la
memoria para con los suyos, y ya Caborca se le dibujó con el filo de la
esperanza en medio del corazón. Para él Caborca fue identidad, memoria, tierra
prometida en la que un día quiso que un epitafio acompañara el nombre de su
madre doña Sofía Bohórquez, y que en el mismo camino y con un pedazo de suelo
un puñado de hormigas poblaran su calavera, la de él: aquí, en Caborca.
Poeta. Hablar de su
tierra era caerse a pedazos los lagrimales, verter la elocuencia y sonreír
nomás de pura nostalgia, volver a la albahaca, el corral de la casa, las
gallinas, los árboles, allá otra vez en ese pedazo agreste donde se fundó su
familia y tuvo como historia las primeras miradas de amor que pudo fabricarle
desde siempre su madre doña Chofi.
Extremo. Porque un
día lo refrendó. El calor y los trenes. Las parras y los olivos. La tierra y en
ella un surco donde la poesía germinó desde sus garabatos primeros. Una mariposa es un pañuelo de colores.
Escribió.
Decir Abigael es
también esto: umbral de primavera, marzo doce, Caborca en las sienes, Caborca
en los ojos. Y un corazón jamás cansado de latir. Al compás de la poesía.
2 comentarios:
Un abrazo, Abigael. Y un besote.
Un texto breve y sentido. Un abrazo. Gran poeta Abigael.
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