martes, 26 de marzo de 2013

Uno tiene que negociar sus horarios de trabajo con la propia vida



Eusebio Ruvalcaba





Carlos Sánchez

Prolífico escritor. De música está hecho. Se gestó en el vientre de su madre pianista, con notas de su padre violinista. Escucha siempre, observa siempre, escribe siempre, lee siempre.

Eusebio Ruvalcaba es la mirada hacia la tierra, los pies en el suelo. Un trago de vodka, un caballito de tequila, una copa de vino. Un taller en el reclusorio oriente, una tertulia en la delegación Tlalpan. Una conversación sobre el oficio que es sinónimo de vivir. Sobre todo cuando se escucha música. A lo que te truje escritor:

--¿Qué te aporta la impartición de talleres de creación literaria?

--En primer lugar la experiencia de compartir, lo poco que sea, de conocimiento, de entusiasmo, de creatividad que intento transmitirle a los jóvenes, pero confieso que soy egoísta y si no aprendiera de esta experiencia, de estas experiencias, no participaría. Finalmente el que sale ganando soy yo, porque los que asisten a estos talleres me revelan muchísimo, y me enseñan muchísimo, aun en el caso de que no abran la boca, yo aprendo de eso, y eso me resulta una fuente de vida, básicamente es lo que me motiva a dar un taller, porque no creo que yo pueda enseñar mucho.

-- Tienes constancia en los talleres, en la delegación Tlalpan de la ciudad de México impartes uno semanalmente.

--Sí, son varios en México, y los que más me provocan es este de Tlalpan, el cual es con una población flotante, algunos son constantes, otros no, algunos se asustan un poco por la vehemencia, el carácter trágico que tiene el taller, algunos se adaptan muy bien y pasa el tiempo y siguen yendo.

Doy una clase en el reclusorio oriente que para mí no es más que un taller, tiene otro nombre, pero la mecánica de llevarlo a cabo es a través de los textos que mis alumnos me muestran y vamos corrigiendo. Tengo varios talleres en la ciudad de México, que me revelan lo que a mí me importa y que es la condición humana en cualquier aspecto.

--El taller en el reclusorio oriente seguramente tiene otra connotación para ti.

--Hay varios escritores que han intentado dar clases en el reclusorio, y quien se encarga de administrarlos es la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, estos escritores de los que hablo, no resisten más de tres secciones, porque es muy impactante, desde el momento que cruzas en umbral del reclusorio, y el trabajo propio, el taller, sumado a los textos que se escriben, es verdaderamente devastador, y uno sale de ahí con el ánimo umbrío, y no es fácil regresar, entonces yo comprendo a estas personas que han dejado de dar clases en el reclusorio. Para mí la experiencia, finalmente, es de vitalidad y resistencia, de nobleza, porque a través de la palabra escrita un hombre intenta lograr su camino, entonces me parece que allí la literatura es una fuente de ganas de vivir.

--En tu ejercicio, prolífico, de los talleres, también ejerces la escritura. ¿Cómo es el método que sostienes para desarrollar la escritura, algún horario?

--Uno tiene que negociar sus horarios de disciplina, de trabajo, con la propia vida. Uno se va dando tiempo para todo. En mi caso es muy difícil programar un tiempo determinado para la escritura, porque me asaltan una serie de compromisos que no siempre puedo resolver, incluso que no están en mis manos aceptarlos, entonces sobreviene esa maquinaria implacable que es la vida como un tanque de guerra que todo lo va aplastando y destruyendo, entonces uno se adapta a eso, porque es muy difícil que la vida se adapte a ti, uno se adapta a eso para no estar en conflicto con las actividades que hay que hacer y poder hacer hasta donde se pueda la mayor parte las cosas, entonces uno le roba tiempo al tiempo para escribir, la escritura se lleva ese tiempo sagrado, y a partir de ahí todo encaja y se desparrama solito, y lo que se puede se puede y lo que no se puede no se puede, como decía el maestro Rulfo, y entonces uno adapta los tiempos que le sobran para impartir un taller, para escribir un artículo, un prólogo de algún otro libro, que sé yo. Y a partir de ese momento las cosas funcionan, y hasta la esposa lo tiene que entender: que es más importante una buena cuartilla que una esposa contenta.

--Eso es pasión. Mencionas a un hombre clave en la literatura de México, Juan Rulfo, tu experiencia de haber conocido a este escritor, si pudieras comentar al respecto.

--Lo conocí en el Centro Mexicano de Escritores, yo fui becario, él era uno de los asesores literarios, y para decirlo en muy pocas palabras, mis oídos sólo estaba dispuestos para el silencio de Juan Rulfo. Lo que decía Salvador Elizondo, quien era el otro asesor literario, era deslumbrantemente inteligente, y erudito, pero la vida estaba en la boca cerrada de Juan Rulfo. Y lo que decía don Francisco Monter, que era el último de los asesores, el decano del Centro, resultaba también tan pintoresco sobre todo cuando contaba anécdotas de su época.

--Esa frase de tus oídos dispuestos para el silencio de Juan Rulfo, y ahora tu columna que publicas en El financiero, Con los oídos abiertos. Inevitable la necesidad de preguntarte cómo nace tu gusto por la música, ¿cómo nace?, supongo que desde el seno familiar.

--Yo nací en el seno de un hogar musical, mi madre era pianista, doña Carmelita Castillo, y mi padre violinista, Higinio Ruvalcaba. Ellos hacían música antes de que yo viniera al mundo, de tal manera que mi madre embarazada conmigo en su vientre, tocaba el piano, se metía a estudiar horas el piano porque daba conciertos de música con mi papá, recitales para sonatas de violín y piano, sonatas de Braham, Schubert, Betoveen, de Mozart, ahí yo estaba en el vientre de mi madre, de tal manera que para mí la música significa el regreso a la placenta, cada vez que escucho música me siento perfectamente a mis anchas, de ahí que yo no puedo dejar de escuchar música, no hay día que pase que no oiga yo alguna frase, algún movimiento o bien una sonata completa de piano y violín, porque de esa manera me siento en armonía con el resto del mundo, y para mí cada día es rico musicalmente hablando que es emocionalmente hablando finalmente, esa sería mi justificación en este mundo. Mi vida sin música sería sin vida.

--Volviendo al oficio de escribir, uno cuando escribe a veces siente que escribe cosas inútiles, algunas veces uno escribe para olvidar. ¿Habrá algo que te haya satisfecho de tu obra, podrías decirlo sin el más mínimo pudor?

--Principiaría por denostar el término que usas porque yo sería incapaz de decir que lo que he escrito es mi obra, no creo que se justifique, en mi caso, llamar lo que he escrito de ese modo, porque el término obra implica algo sólido, algo construido con decisión, inteligencia, lo que escribo no tiene nada que ver con eso, lo que escribo me parce que ni siquiera vale la pena detenerse en las cuartillas que he arrojado al mundo, lo he hecho simple y llanamente porque he tenido necesidad de compartir esto, pero de eso a que yo le dé un valor, hay una gran distancia entre una cosa y otra. Me sobrecoge enormemente el comentario de algún lector cuando me dice que le ha gustado alguna página mía, y entiendo que el juicio constituye una serie de equívocos, que hay una película que le puede gustar a gente y la misma película hay gente que puede decir qué horrible. Considero que lo que he escrito está colgado con un alfilercito y se puede venir abajo con un simple soplo. No le doy valor no por una actitud de soberbia, sino por una actitud de que tengo buen gusto y sé lo que vale y lo que no vale.

--Por lo que expones es inevitable concluir que hablas a partir de lo que has leído, a quienes has leído. Si pudieras hablar de algún escritor que te haya marcado y pusieras decir esto sí es obra.

--En mis preferencias literarias, en la narrativa, antepongo los escritores norteamericanos del siglo XX; los escritores rusos del siglo XIX; y los escritores ingleses del siglo XIX, a cualesquiera otros. No quiere decir que no me guste Flaubert; Alejandro Dumas; Shakespeare: Kafka; contemporáneos como Coetzee, pero estos gringos del siglo XX, esos narradores como Truman Capote, como James Baldwin, como Faulkner, me parece que ellos tienen la vida en las manos, y han vivido intensamente y lo han desparramado para nuestro beneficio, para que nos empapemos de esa vida. Las ambiciones son diferentes, las ópticas diferentes, las construcciones son diferentes, pero los escritores rusos del siglo XIX, también tienen eso, también acometen el ejercicio del conocimiento de la vida y nos lo van dando de cucharada en cucharada, y es cuando uno aprende y uno distingue y uno dice: estos son los verdaderos maestros.

--A través de sus lecturas, ¿qué es lo que puedes concluir que tenían estos escritores, de qué están hechos para ofrecer lo que ofrecen?

--Poseían lo que se llama elevación espiritual y a mi modo de ver estaban por encima de las ambiciones que nos caracterizan a los escritores mexicanos y latinoamericanos actualmente. Ellos no estaban esperando que les dieran el premio Alfaguara, el premio Cervantes, mucho menos el premio Nobel, Dostoiewski se habría reído de eso, lo que estaban esperando era tocar el corazón de un hombre, de un lector, y para eso construían universos, no se detuvieron por ninguna razón. Cuando se escribe para figurar entre los diez escritores más vendido, cuando se trata es de que el libro de uno sea uno de los best seller de la literatura mundial, entonces todo se torna artificial y débil, porque se puede dar gusto muy fácil a eso, no tiene ningún chiste, todo está arreglado, además. En gran parte es asumir la literatura con humildad.

-Cuando comentas que estos escritores tiene un espíritu de elevación, esta frase me recuerda el poema Elevación, de Baudelaire, ¿qué te parece éste escritor?

--Me parece uno de estos constructores de los infiernos del hombre. Creo que en el hombre privan más los infiernos que los paraísos, lo que tenemos dentro. Gente como Baudelaire, como Poe, Ernesto Sabato, nos dan esta solidez interna que se construye a través de nuestros laberintos infernales. Baudelaire es importantísimo, porque tiene una luz propia que conforme lo leemos va iluminando nuestro interior.

--En Jueves Santo, uno de tus libros, no una de tus obras, hay un cuento que se intitula Las flores del mal, y hay incluso un fragmento de éste poema que escribió Baudelaire. Es un cuento que disfruto mucho.

--Eso es. Lástima que tengas malos gustos.

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