Eusebio Ruvalcaba
Carlos Sánchez
Prolífico escritor. De música está hecho. Se
gestó en el vientre de su madre pianista, con notas de su padre violinista.
Escucha siempre, observa siempre, escribe siempre, lee siempre.
Eusebio Ruvalcaba es la mirada hacia la
tierra, los pies en el suelo. Un trago de vodka, un caballito de tequila, una
copa de vino. Un taller en el reclusorio oriente, una tertulia en la delegación
Tlalpan. Una conversación sobre el oficio que es sinónimo de vivir. Sobre todo
cuando se escucha música. A lo que te truje escritor:
--¿Qué te aporta la impartición de talleres
de creación literaria?
--En primer lugar la experiencia de compartir,
lo poco que sea, de conocimiento, de entusiasmo, de creatividad que intento
transmitirle a los jóvenes, pero confieso que soy egoísta y si no aprendiera de
esta experiencia, de estas experiencias, no participaría. Finalmente el que
sale ganando soy yo, porque los que asisten a estos talleres me revelan
muchísimo, y me enseñan muchísimo, aun en el caso de que no abran la boca, yo
aprendo de eso, y eso me resulta una fuente de vida, básicamente es lo que me
motiva a dar un taller, porque no creo que yo pueda enseñar mucho.
-- Tienes constancia en los talleres, en la
delegación Tlalpan de la ciudad de México impartes uno semanalmente.
--Sí, son varios en México, y los que más me
provocan es este de Tlalpan, el cual es con una población flotante, algunos son
constantes, otros no, algunos se asustan un poco por la vehemencia, el carácter
trágico que tiene el taller, algunos se adaptan muy bien y pasa el tiempo y
siguen yendo.
Doy una clase en el reclusorio oriente que
para mí no es más que un taller, tiene otro nombre, pero la mecánica de
llevarlo a cabo es a través de los textos que mis alumnos me muestran y vamos
corrigiendo. Tengo varios talleres en la ciudad de México, que me revelan lo
que a mí me importa y que es la condición humana en cualquier aspecto.
--El taller en el reclusorio oriente seguramente
tiene otra connotación para ti.
--Hay varios escritores que han intentado dar
clases en el reclusorio, y quien se encarga de administrarlos es la Universidad
Autónoma de la Ciudad de México, estos escritores de los que hablo, no resisten
más de tres secciones, porque es muy impactante, desde el momento que cruzas en
umbral del reclusorio, y el trabajo propio, el taller, sumado a los textos que
se escriben, es verdaderamente devastador, y uno sale de ahí con el ánimo
umbrío, y no es fácil regresar, entonces yo comprendo a estas personas que han
dejado de dar clases en el reclusorio. Para mí la experiencia, finalmente, es
de vitalidad y resistencia, de nobleza, porque a través de la palabra escrita
un hombre intenta lograr su camino, entonces me parece que allí la literatura
es una fuente de ganas de vivir.
--En tu ejercicio, prolífico, de los talleres,
también ejerces la escritura. ¿Cómo es el método que sostienes para desarrollar
la escritura, algún horario?
--Uno tiene que negociar sus horarios de disciplina,
de trabajo, con la propia vida. Uno se va dando tiempo para todo. En mi caso es
muy difícil programar un tiempo determinado para la escritura, porque me
asaltan una serie de compromisos que no siempre puedo resolver, incluso que no
están en mis manos aceptarlos, entonces sobreviene esa maquinaria implacable
que es la vida como un tanque de guerra que todo lo va aplastando y
destruyendo, entonces uno se adapta a eso, porque es muy difícil que la vida se
adapte a ti, uno se adapta a eso para no estar en conflicto con las actividades
que hay que hacer y poder hacer hasta donde se pueda la mayor parte las cosas,
entonces uno le roba tiempo al tiempo para escribir, la escritura se lleva ese
tiempo sagrado, y a partir de ahí todo encaja y se desparrama solito, y lo que
se puede se puede y lo que no se puede no se puede, como decía el maestro
Rulfo, y entonces uno adapta los tiempos que le sobran para impartir un taller,
para escribir un artículo, un prólogo de algún otro libro, que sé yo. Y a
partir de ese momento las cosas funcionan, y hasta la esposa lo tiene que
entender: que es más importante una buena cuartilla que una esposa contenta.
--Eso es pasión. Mencionas a un hombre clave
en la literatura de México, Juan Rulfo, tu experiencia de haber conocido a este
escritor, si pudieras comentar al respecto.
--Lo conocí en el Centro Mexicano de
Escritores, yo fui becario, él era uno de los asesores literarios, y para
decirlo en muy pocas palabras, mis oídos sólo estaba dispuestos para el
silencio de Juan Rulfo. Lo que decía Salvador Elizondo, quien era el otro
asesor literario, era deslumbrantemente inteligente, y erudito, pero la vida
estaba en la boca cerrada de Juan Rulfo. Y lo que decía don Francisco Monter,
que era el último de los asesores, el decano del Centro, resultaba también tan
pintoresco sobre todo cuando contaba anécdotas de su época.
--Esa frase de tus oídos dispuestos para el
silencio de Juan Rulfo, y ahora tu columna que publicas en El financiero, Con
los oídos abiertos. Inevitable la necesidad de preguntarte cómo nace tu gusto
por la música, ¿cómo nace?, supongo que desde el seno familiar.
--Yo nací en el seno de un hogar musical, mi
madre era pianista, doña Carmelita Castillo, y mi padre violinista, Higinio
Ruvalcaba. Ellos hacían música antes de que yo viniera al mundo, de tal manera
que mi madre embarazada conmigo en su vientre, tocaba el piano, se metía a
estudiar horas el piano porque daba conciertos de música con mi papá, recitales
para sonatas de violín y piano, sonatas de Braham, Schubert, Betoveen, de
Mozart, ahí yo estaba en el vientre de mi madre, de tal manera que para mí la
música significa el regreso a la placenta, cada vez que escucho música me
siento perfectamente a mis anchas, de ahí que yo no puedo dejar de escuchar
música, no hay día que pase que no oiga yo alguna frase, algún movimiento o
bien una sonata completa de piano y violín, porque de esa manera me siento en
armonía con el resto del mundo, y para mí cada día es rico musicalmente
hablando que es emocionalmente hablando finalmente, esa sería mi justificación
en este mundo. Mi vida sin música sería sin vida.
--Volviendo al oficio de escribir, uno cuando
escribe a veces siente que escribe cosas inútiles, algunas veces uno escribe
para olvidar. ¿Habrá algo que te haya satisfecho de tu obra, podrías decirlo
sin el más mínimo pudor?
--Principiaría por denostar el término que
usas porque yo sería incapaz de decir que lo que he escrito es mi obra, no creo
que se justifique, en mi caso, llamar lo que he escrito de ese modo, porque el
término obra implica algo sólido, algo construido con decisión, inteligencia,
lo que escribo no tiene nada que ver con eso, lo que escribo me parce que ni
siquiera vale la pena detenerse en las cuartillas que he arrojado al mundo, lo
he hecho simple y llanamente porque he tenido necesidad de compartir esto, pero
de eso a que yo le dé un valor, hay una gran distancia entre una cosa y otra.
Me sobrecoge enormemente el comentario de algún lector cuando me dice que le ha
gustado alguna página mía, y entiendo que el juicio constituye una serie de
equívocos, que hay una película que le puede gustar a gente y la misma película
hay gente que puede decir qué horrible. Considero que lo que he escrito está
colgado con un alfilercito y se puede venir abajo con un simple soplo. No le
doy valor no por una actitud de soberbia, sino por una actitud de que tengo
buen gusto y sé lo que vale y lo que no vale.
--Por lo que expones es inevitable concluir
que hablas a partir de lo que has leído, a quienes has leído. Si pudieras
hablar de algún escritor que te haya marcado y pusieras decir esto sí es obra.
--En mis preferencias literarias, en la
narrativa, antepongo los escritores norteamericanos del siglo XX; los
escritores rusos del siglo XIX; y los escritores ingleses del siglo XIX, a
cualesquiera otros. No quiere decir que no me guste Flaubert; Alejandro Dumas;
Shakespeare: Kafka; contemporáneos como Coetzee, pero estos gringos del siglo
XX, esos narradores como Truman Capote, como James Baldwin, como Faulkner, me
parece que ellos tienen la vida en las manos, y han vivido intensamente y lo
han desparramado para nuestro beneficio, para que nos empapemos de esa vida.
Las ambiciones son diferentes, las ópticas diferentes, las construcciones son
diferentes, pero los escritores rusos del siglo XIX, también tienen eso,
también acometen el ejercicio del conocimiento de la vida y nos lo van dando de
cucharada en cucharada, y es cuando uno aprende y uno distingue y uno dice:
estos son los verdaderos maestros.
--A través de sus lecturas, ¿qué es lo que
puedes concluir que tenían estos escritores, de qué están hechos para ofrecer
lo que ofrecen?
--Poseían lo que se llama elevación
espiritual y a mi modo de ver estaban por encima de las ambiciones que nos
caracterizan a los escritores mexicanos y latinoamericanos actualmente. Ellos
no estaban esperando que les dieran el premio Alfaguara, el premio Cervantes,
mucho menos el premio Nobel, Dostoiewski se habría reído de eso, lo que estaban
esperando era tocar el corazón de un hombre, de un lector, y para eso
construían universos, no se detuvieron por ninguna razón. Cuando se escribe
para figurar entre los diez escritores más vendido, cuando se trata es de que
el libro de uno sea uno de los best seller de la literatura mundial, entonces
todo se torna artificial y débil, porque se puede dar gusto muy fácil a eso, no
tiene ningún chiste, todo está arreglado, además. En gran parte es asumir la
literatura con humildad.
-Cuando comentas que estos escritores tiene
un espíritu de elevación, esta frase me recuerda el poema Elevación, de
Baudelaire, ¿qué te parece éste escritor?
--Me parece uno de estos constructores de los
infiernos del hombre. Creo que en el hombre privan más los infiernos que los
paraísos, lo que tenemos dentro. Gente como Baudelaire, como Poe, Ernesto
Sabato, nos dan esta solidez interna que se construye a través de nuestros
laberintos infernales. Baudelaire es importantísimo, porque tiene una luz
propia que conforme lo leemos va iluminando nuestro interior.
--En Jueves Santo, uno de tus libros, no una
de tus obras, hay un cuento que se intitula Las flores del mal, y hay incluso
un fragmento de éste poema que escribió Baudelaire. Es un cuento que disfruto
mucho.
--Eso es. Lástima que tengas malos gustos.
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