martes, 7 de agosto de 2007

Periodismo y literatura van de la mano

El autor sonorense presentará su libro “De la Habana a Camagüey” en Cuba

por Carlos Sánchez
Paradójica su personalidad. Relajada su manera de ir por la vida, despreocupado del atuendo galante. Inmediato para la risa. Serio en el oficio. Certero en la gramática. Irreverente capaz de limpiarse los zapatos con la foto de Fidel Castro y Hugo Chávez impreso en un Granma, en el corazón de Cuba.
Arturo Soto Munguía cultiva en su rostro un candado como barba, que sólo sirve para burlarlo con palabras. Fluyen las ideas porque claras están desde siempre, desde ese día post preparatoria en el que ya sabía hacia adonde apuntaba la vocación.
Quiso entonces investigar un homicidio efectuado en su ciudad, la brújula marcaba un solo rumbo: las letras.
Ingresó a la Ciencias de la comunicación y tal vez sólo fue la corroboración del oficio: escribir. Allí nació aquel cuento de título cuasi interminable, que el autor en lo sucesivo del texto nos comentará sobre la anécdota del mismo.
En su trayectoria destaca como periodista, pero en su estilo la narrativa se desborda. ¿Cómo es ese salto del periodismo hacia la literatura, o la literatura estuvo antes que el periodismo?
“Siempre será difícil abundar sobre esos linderos. Periodismo y literatura van de la mano. Los grandes periodistas de antaño eran proclives a inventar y jugar con las palabras, a tener una narrativa mucho menos rígida de la que el periodismo exige. El periodismo ha tratado de disfrazarse de objetividad con esquemas muy rígidos, particularmente en la nota informativa. Los clásicos manuales hablan de las preguntas obligadas en la nota: qué, cómo, cuándo y por qué; uno como periodista termina haciendo eso de manera mecánica.
“He tratado de explorar un poco más allá, quizá suene pretencioso decir que es literatura, pero en la construcción de mis crónicas trato de dejar de lado los cartabones del periodismo, jugando un poco más con las palabras, intentando una narrativa de cosas que el periodismo no observa o no le pone mucha atención, porque el periodismo se va sobre lo más evidente, lo más vendible en términos de información, aunque la información se encuentra en todos los géneros periodísticos, en la crónica particularmente”.

Cómo quitarle el color amarillo a la nota roja

Si un día el periodismo eligió a Soto Munguía, la literatura lo hizo antes. Existe como vestigio su primer cuento intitulado “La increíblemente historia de cómo un sujeto no identificado se dio a la fuga después de asesinar a otro sujeto mismo que de no ser reclamado dentro de los siguientes tres días será sepultado en la fosa común; o cómo quitarle el color amarillo a la nota roja”. Este cuento cuyo título, a decir de el extinto crítico literario, Darío Galavíz Quezada, es una réplica de los textos del siglo XVIII, surge a partir de un hecho real, por ese gusto del autor como lector de la nota roja.
“Y porque me cautiva la gran capacidad de los redactores de la policiaca para hilvanar frases comunes, clichés, frases hechas. Como la del título de ese cuento, que son frases típicas de la nota roja.
“Cuando ocurre lo de ese cuento yo iba a entrar a la Universidad, se dio un asesinato en Obregón, de donde vengo, y desde el título de la nota ya estaba para un cuento. A los personajes, que son reales, a uno le decían el Guango, al otro el Roñas, uno mató al otro con una pata de catre, le dio en la cabeza, entonces el asesinato en sí ya da para el cuento.
“En esos años yo me preguntaba qué habrá detrás de esos personajes, porque no son solamente material de la sección policiaca, también son seres humanos, jóvenes que debían de tener una historia de vida. Me tracé la idea de investigar el caso, cosa que no logré porque me vine a Hermosillo a estudiar, pero lo que no pude hacer con investigación lo inventé: le di vida a los personajes, incluso en algún momento pensé en trabajar el material como una novela, darle un mejor acabado, pero por muchas cosas no lo hice y quedó en un cuento que ni siquiera lo conservo”.
Observar la otra cara de los protagonistas de la nota roja es la cautivación vigente en el oficio de Arturo, y sigue en pie esa idea de alguna vez desarrollar un texto más amplio, por esa nobleza de la materia: inagotable.

De la Habana a Camagüey

El día en que se parte el mes de agosto, en la Habana, Cuba, Arturo Soto presentará su libro De la Haba a Camagüey, crónicas, de esos instantes de encontrar la mítica, sensual y húmeda isla.
Fue un chapuzón de diez días el que el escritor se dio hace un año entre las calles, el malecón, sobre las guaguas, y en sus oídos la trova de la revolución. De ahí ese contar a manera de crónica la cotidianeidad cubana.
Nace este ejemplar por la sugerencia de uno de sus camaradas, dice Soto Munguía. Y cuenta el cómo y por qué.
“Yo no iba con la idea de escribir nada, pero a la llegada a la Habana tuve un incidente con agentes aduanales, y una recomendación de no escribir, que viene por cierto en el libro a manera de anécdota. Los aduanales me pidieron que no escribiera por aquello de las condiciones que se viven en la isla, lo que ellos llaman un estado de guerra permanente, con respecto a periodistas que han pasado sin acreditarse como tales y luego publican en sus países trabajos cuyo objetivo es magnificar la imagen de dictadura que se ha hecho sobre Cuba.
“La recomendación de no escribir me dio pie para escribir. Los textos los hice sin anotaciones previas, la mayoría, con puros golpes de memoria e imágenes que fui capturando al irse llenando mis ojos de sorpresa, de asombro, de muchos sentimientos encontrados a veces y sobre todo de cosas desconocidas, certezas que se confirman o mitos que caen, o simplemente por las ganas de corroborar sobre lo que se dice de la isla y los isleños.
“Así es como nace este libro, ya a la hora de hacer una recapitulación del viaje, fueron brincando personajes, situaciones, anécdotas que al final formaron las crónicas”.
La alegría se desborda en las palabras. Asistir a Cuba a presentar un libro de su autoría es más que motivo de celebración. Soto Munguía sabe de esa incertidumbre que implica que los cubanos se encuentren en los textos de un autor que escribe lo cotidiano con ojos extranjeros. De cualquier manera en el programa de presentación, en el Jardín a puertas abiertas, en la biblioteca Rubén Martínez, músicos cubanos celebrarán la existencia: “De la Habana a Camagüey”.



breve reseña

Un paseo por la nostalgia, la resistencia, por la pasión arraigada en los genes de los cubanos.
“De la Habana a Camagüey” (ediciones La Cábula, 2006) nos regala en siete crónicas la lúdica crueldad de personajes presos en el paraíso -visto por extranjeros-, que significa la isla.
Treparse a un Camello (transporte habanero) resulta para el cronista Arturo Soto Munguía un deporte extremo donde se impregna de los olores de una frondosa cubana que apunto está de vaciar sus líquidos intestinales en la humanidad del escritor.
Con su agudeza natural el cronista resuelve con la risa el dolor que el olfato le transmite a su vientre. Y antes que tratar de huir de la situación, concluye con la posibilidad de sablear a la dama para que ésta le venda un cuartito de la cruda que se carga.
Reírse de lo más trágico está en las páginas de este libro, estilo, más que extremo, bordado desde siempre en los textos de Soto Munguía.
Un par de horas basta para que el lector goce en su recorrido las páginas de esta Habana cronicada, y un par de líneas son suficientes para acceder a la entraña de la nostalgia, esa que el autor se trajo dentro de la bolsa de su pantalón impresa en un papel a menara de carta.
La nostalgia es sinónimo de dolor si la mirada se topa con esas líneas redactadas a prisa, a las siete de la mañana, en el Aeropuerto Internacional de Cuba. Y se agudiza si la caligrafía pertenece a una dama que rebasa los cuarenta y ve en el tipo que se aleja, la partida de su último tren. ¿Qué estaría pensando el azar al momento de elegir a Soto Munguía como la posibilidad del mensajero para que la misiva llegara a las manos del amado que parte?
Arturo suelta en la crónica que cierra el libro, la historia de esa carta que transcribe íntegra, y que la arroja a los lectores como una botella al mar, con la esperanza puesta en la posibilidad de que algún día el contenido llegue a la mirada del destinatario.
De la Habana a Camagüey más que breve es concisa, precisa, y propone una Cuba divertida, aferrada a esa situación de resistencia. Incluye también las virtudes de los cubanos: prestos a la revolución, la música, el deporte, la pasión.

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