lunes, 4 de febrero de 2008

Ñañañá

Demasiado ruido. Caen las ramas de los árboles sacudidas por el viento. El freno del camión hace crujir la balata y se cimbran los sentidos. Desciendo de ese animal violento con la mochila al hombro.
Abordar la ciudad es encontrar los misiles de la estridencia cotidiana. Aquí no hay refugio para el silencio. Asaltan la mirada los perros atropellados, los pasos locos desorbitados de los sin casa. La embriaguez de un fin de semana en el vientre del tianguis. La algarabía es un puñal en los ojos.
Hace unos días que persigo la soledad. Me contaron que en el silencio está el camino para el encuentro con uno mismo. Quiero verme el interior, acudir a mi existencia. Tomar del brazo mi nombre y bailar con mi apellido.
En los tacos de banqueta me he formado. Con el grito desesperado para venderme a los importantes. Que todos volteen a ver quién soy. Que sepan qué hay en mis manos tristes.
Busco también, y es cierto, una nueva propuesta en el alarde de los medios, la presencia de la poética en las palabras: ¿dónde está? Un leve receso de las ráfagas políticas y oferta del espectáculo para hacer la ola.
Me hastía el grito enorme de mi hijo fanático. La lucha libre en la espalda sobre la lona. El pleito arreglado entre los gestores de las leyes. La nota amarilla en el sonido gangoso del carro que entra a mi casa sin tocar la puerta.
Tengo como remo del equilibrio el ruido del tren que me arrulla de madrugada y a veces cada tarde. El nombre de los presos mis vecinos que me cuentan con su encierro la pena de no estar preparado para mi muerte. Religiosamente y de madrugada, la lista emerge de una voz que lacera inventando el orden de los que duermen sobre un búnker. Los presos diciendo presente.
Me salva un sorbo de agua. La nota de un tango. La canción espontánea en los labios de una niña de colas disparejas agradeciendo con puntualidad en las sílabas.
Me aferro al teléfono buscando motivos que me arranquen latidos del corazón. Mientras una pelota atraviesa el aire y la reciben millones de ojos atentos. Anuncios de Tel cel y refresco de cola. Baile de mujeres que dicen los más, son bellas.
Es domingo, cuenta el calendario en su hoja impresa perfecta. La receta para el platillo exquisito en la parte posterior. No encuentro remedio para esta soledad que me inventa la escapatoria del ruido. Porque no lo busco.
En mis huaraches está la urgencia de correr hacia la cortina de la ventana que da al parque. Hundirme con la mirada en el cerro por donde marchan dos tortolitas amándose. ¿Por qué un par de aves nos enseñan el amor y por qué los medios promueven el conflicto?
Girar la perilla de la radio pretendiendo encontrar el silencio. El poema del sonido. La ausencia de la estridencia. Es domingo y es el día menos indicado para inventar la suerte. El destino implacable de la tragedia si no me quedo quieto al instante de la foto. Me muevo por vocación. La ruptura me lleva a la miseria sin comprar boleto. Transgredir es toparse con la realidad de la ausencia en los bolsillos. Un hueco se abre en el vientre que pesa menos que la oscuridad del pensamiento cuando ya es necesario desconectar la emoción.
Andar otra vez la vida para huir de los tropezones. La inevitable nostalgia que pintan los colores en la tarde. La añoranza de esto que está siendo y según me dice la intuición se llama amor y tiene como incentivo el verbo esperar.
Un paliativo este instante de conectarme a la radio y saber que detrás de esas bocinas hay un pensamiento que coincide con mis frases, una esperanza es la complicidad del silencio al escucharme en mi voz.
Abrir el refrigerador es demasiado. Encontrar un pedazo de queso con la mitad de una tortilla, celebración de mi fortuna. Destapar un refresco es sólo una manía porque sé que alguien pone sus labios en una botella y es un acto sensual.
Menor el ruido helado que recorre el interior de su garganta. Menor la impaciencia si el silencio me cuenta que otra vez despertaré solo. Inevitablemente en los brazos de quien me piensa y pienso.(cs)

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