miércoles, 6 de febrero de 2008

instanto-tinto


Con la radio entre tus manos. Llegabas siempre cayéndote el pelo en los ojos. Si no hay ruido en los oídos no hay alegría en el cuerpo, decías tarareando las notas de una canción. Girabas sobre tus pies.
El aparato, de una bocina y de onda corta, lo intercambiaste por esa imagen de tus faldas subiendo frente a la mirada libidinosa. En la bodega aquella junto al barrio antiguo. Te lo otorgaron por tu complacencia los albañiles.
Tu abuelo te enseñó el camino hacia la transa, la búsqueda de los chocolates y juguetes. Porque los que no buscan son los que no necesitan. El viejo te educaba bajo argumento de responsabilidad, porque tus padres se fueron, porque siempre estuvieron buscando de más y como consecuencia encontraron las rejas, las bardas, las otras cárceles que están en la mente, en ese mundo cuyas palabras celebran el consumo, la otra fiesta, el placer primero. En la urgencia del yo los hijos mueren antes de nacer.
De puntillas brincabas hacia mí. Te recibía con la ansiedad sudándome la frente. Jugabas a rozarme los labios. Traías el olor adolescente. La tela de tu blusa un pincel dibujando tus pezones. Ofrecías sin palabras la incertidumbre y fascinación constante. Un rasguear de guitarras tus brazos abiertos rompiendo el viento de mi cuarto.
Conoces Radio Habana, sugerías dando vuelta a la perilla de la radio. De facto emergían las percusiones y la magia otra vez de tus piernas como ángeles entre las nubes. Dentro de mi cabeza está el color de nuez de tus mejillas. Lo acaricio con padecimiento.
De la puerta de la nevera pende la fotografía de tus dedos insertos entre tus muslos. La historia previa de esa imagen injusta, está tan viva como si apenas ayer la hubieras construido. Tus dedos antes de tocar la piel entraban en tu boca, tocaban la barbilla, el cuello, la división de tu pecho, el vientre, se instalaban en el vello, acariciar apenas de bajo de la falda donde no habitaba más prenda íntima que el tapón de resina apuntalado cada mes en esa llegada menstrual.
Abrías latas de sopa instantánea. Los chiles debían ser chipotles. Galletas saladas y naranjada con frutas del camellón del bulevar.
Trepar los árboles y provocar la mirada de los automovilistas. Descender del tronco, tomar mi cabello para llevarme a tu rostro y besarme con intensidad fingida.
Los conductores con sus claxon reclamando la tardanza del auto de adelante.
Bailabas en cruz tus pasos por las rayas bancas del pavimento. Para eso se inventaron, para dirigir el cuerpo mientras los pájaros interpretan las rumbas con sus gorjeos. Una ocurrencia para cada desplante niña.
El destello de tus ojos ante el azul cielo cada tarde roja poniéndose. Trepar al techo, para sentirte ave. Las miradas otra vez en persecución de tus movimientos. Los oficinistas corriendo las cortinas en esos rascacielos cuasi interminables, fascinándote.
Volvías a la mañana de la semana entrante, del mes olvidado, en esos días en los que decidía ya no extrañarte.
Siempre el pelo en color húmedo. La tela de la falda igual que la primera, lista para la complicidad de tus obsesiones. Mostrar como recurso para alcanzar el interior de la nevera sin gestos de enojo del anfitrión. Rodar por el suelo los envases vacíos y el cuerpo lleno de un color abrasador. Dabas vuelta en el piso, frescas las manos, los muslos. La boca sólo sugerencia.
Detenías mi impulso con la palma de tus pies. En movimiento hacia atrás, adelante. Sí. No. Moverme la mandíbula de ansiedad era arrancarte la sonrisa. Cómo puedes emocionarte de sólo verme. Las preguntas indispensables para la burla, el gozar de mi desesperación.
Una vez las manos hubieron de desnudarte el torso. Jugando con la punta de tus dedos en los pezones erguidos fue la llegada del gemido inevitable. Llanto al observar. Mis dedos en las sienes blancas dibujaban la impotencia, no la de tu cuerpo en perfección, sí en la tristeza de tu capacidad para beberte con placer el líquido de mi sal dolorida.
Ajustabas la perilla de la puerta. Para impedirme el paso hacia fuera, para encerrarme en mi cuerpo.
Huir era mi refugio. Dejarte en la buhardilla era regalarte mis pertenencias, mis apuntes primeros de esas obras de teatro que nunca llegaron al escenario. Tus manos dibujaban la mirilla de una cámara fotográfica y me atrapabas el alma en un disparo ficticio. Pertenecerte siempre derrotado debajo de tu falda, arriba de tu pelo, en el costado de tu cintura, en medio de tu espalda.
Llegabas cantando la melodía de ese instante en tu radio inseparable. Te ibas en el cuerpo para quedarte en la fascinación presa de mi memoria. Llegabas. Apenas ayer dejas de llegar.(cs)

3 comentarios:

Esa dijo...

Me gusto :)

Anónimo dijo...

esa_@hotmail.com

Esperare esos textos mientras tiembla por aca.

**Mara Yudith** dijo...

hola

es sutil como describes
lo sensual de esta joven,
me agrada el sabor que me deja el final
ausencia que se revela en nuevo espacio

saluditos