miércoles, 25 de junio de 2008

Contar la malía

Carlos Sánchez

Eliseo Alberto enciende un Marlboro. Invita. Fumamos post entrevista en sala de redacción. En la calle mina el sol es un misil estallando contra la piel.
Eliseo Cuenta con la mirada historias perdidas de su Habana. Recordar a los amigos es abrir con el filo de la nostalgia grietas en el corazón. No le temas a la ternura, le había dicho su padre, el extinto poeta Eliseo Diego, en esos años de formarlo. Por eso Eliseo trae prendida de su mirada la ternura sugerida por su progenitor. No la abandona.
Tiene el escritor cubano un cuerpo inmenso, y dentro un corazón ancho, como de elefante. Observa con atención el ruido del día, escucha los colores de la ciudad repleta de sol.
La banqueta es de todos, pertenecen a ella los pasos cotidianos y sobre ella vienen ahora dos adolescentes prendidos de algarabía. Abordan a Eliseo y le piden un cigarro, el narrador obsequia, incluida la lumbre de su encendedor.
Una gorra azul es la ventana de la mirada de uno de ellos, el más parlanchín. Ante la incesante ráfaga de oraciones, Eliseo da dos pasos sobre su flanco derecho, buscando el horizonte, hacia el poniente. Las palabras del otro adolescente no cesan contando la historia de la malía, de la ausencia de droga en el cuerpo que es una pesadilla.
Ambos chavales vienen del hospital psiquiátrico conocido como El Nava. Ya apoderados de la conversación nos borran del espacio; Eliseo piensa, necesita, desea un lugar para el silencio y cerrar los ojos como descanso. En un momento lo llevarán al hotel. Por la tarde deberá regresar a presentar su novela. Los chavales me abordan mientras el escritor evada con unos pasos el ruido de las palabras.
Ya no vas a la cárcel, me pregunta el de la gorra, mientras el otro, el dueño de varios collares y un tando café, pantalones holgados y tenis blancos, se aferra al tema de las drogas: necesidad que apremia por compartir su historia. Y es un diálogo en pubertad:
--Si no me venden las pastillas que necesito voy a venir con mi familia a pelearles la causa, porque ellos no saben lo que es la pinchi malía.
Un diálogo se construye. Ambos viajan en el mismo tren, la misma travesía.
--Si no te las dan, mi jefe también brinca a paro.
--En cuanto tenga dinero voy a pagar la consulta y en cuanto me den la receta vamos a hacer revolución. A ver si no me dan la metadona, sí me la van a dar.
--Oyes, carnal, allá le caigo en la Insurgentes, ¿te acuerdas cuando jugábamos futbol en el Centro Intermedio?
El del tando insiste en la exposición de su objetivo, inventa la conversación con una farmacéutica, con un amigo de facto, al que encuentra sobre su paso en la banqueta:
--Esta carta tiene la firma del director, y aquí está el número, llámele y pregunte, yo necesito el medicamento, en el Nava ya no está permitido recetar estas pastillas, y como a mí la metadona no me funciona, la verdad señora, ando muy ansioso y necesito las rivotril. Ando muy ansioso, me tiemblan las piernas y ya estoy todo marcado de los brazos. Yo ya me metía setenta gotas de heroína diarias, andaba bien alto, un año duré prendido, un año con ochenta líneas de insulina, imagínate, y a veces me metía las cien rayas, dejando tantita sangre nomás pa’ registrar, ¿guachas? Pero la neta carnal, cuando rebotas en la cama el cuerpo se levanta como medio metro, nomás de la pura malía, la neta güey de lo que me siento orgulloso y bien a gusto, es que yo solo dije, el sábado, sabes que qué el sábado ya no voy a consumir…
Un grito espontáneo del de la gorra es la risa de ambos: güera, si me muero quien te encuera, mija.
La rubia soslaya, sigue su curso.
…no cualquier cabrón la deja así nomás, me cae, y todo tranquilo, nomás dije, no le voy a poner, y no le puse, y ya estuvo a la verga, el lunes me la pasé bien malía…
Aguas al del telégrafo (otro grito del de la gorra, otra vez la risa).
…no aguanté y me desconecté, perdí el conocimiento, me hizo el paro la familia y me trasladaron para el hospital, para el Nava, duré dos tres días loco, puras mamadas hablaba, me quedé arriba y ciego como quince días, no veía nada…
Vámonos ya, al rato compa, quiero que luego escribas algo sobre nosotros. (El de la gorra quiebra el monólogo).
…me dicen el Meño, luego te topo, voy a ver si la cuajo con esta receta, las rivotril son las únicas que me pueden controlar esta pinchi malía.
Para el momento final de la conversación de los urbanos plebeyos, Eliseo Alberto viaja en una suburban refrigerada. En la noche habrá de reencontrarse con sus personajes en esa novela que le exige viajar para su difusión.
Qué maravilla de chavales contando la historia ante Eliseo como un simple peatón. No pretender la complacencia, el verbo por necesidad de comunicarse. Y la siguiente ruta hacia la farmacia, para alcanzar el objetivo: sepultar la malía que provoca la ausencia de heroína. Adentro la ciudad es un río de historias que se escriben cotidianas. Seguramente La Habana del escritor contiene ese mar de adolescencia similitud de la búsqueda de su identidad en el filo de una aguja.

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