viernes, 25 de julio de 2008

Cuando la lucha se convierte en baile

Por Carlos Sánchez

De baja estatura, con ojos que intentan comerse la vida de un solo tajo. El delantal donde guarda las monedas para el cambio sirve de atuendo: similitud de faldas en una colegiala.
La lucha por la vida inicia. De dos a tres caídas es la consigna, la regla, y a su vez metáfora de las vicisitudes de los días todos.
Vende cervezas y se divierte. Contagia la música a su cuerpo que ya obedece las notas y los hombros en un temblor perfecto mientras su rostro se llena de sonrisa.
Tiene como estilo para la venta el divertimento. Malabarea con los vasos mientras desde su voz se escucha la oferta: cheve, cheve, cheve. Acompaña con el grito el pasito lento que va bajando su cuerpo hasta casi tocar el suelo.

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Destroyer acaricia con su rostro el aire, vuela desde la tercera cuerda, impacta su cuerpo contra el Chapulín colorado, ambos ruedan por el concreto, entre las sillas y los pies de fanáticos. Es la primera función y ya los luchadores aprovechan la posibilidad de sus pocos minutos de fama.
Las mejores piruetas, el grito implacable hacia las gradas intentando encontrar complicidad. Los cuerpos imberbes tiene el ansia de exponerse, de explotar ante el público lo aprendido durante la semana de entrenamiento, optimizar el reflector, decirles que sí a todos que no son muchos pidiendo autógrafos, exigiendo una fotografía a su lado, estrechando las manos, sugiriéndoles el castigo otra vez, para su rival otra vez.
En esta primera lucha se estrena la función, y el humor involuntario, porque al Chapulín le sobran pantalones, es literal, se le dibuja en el trasero una bolsa de aire simulando un pañal, los espectadores aprovechan la imagen para mofarse del luchadorcito, lo acusan de cagarse de miedo, se burlan de sus ganas de hacer reír y le critican lo escuálido de su cuerpo, pero lo ven feliz, corriendo hacia los camerinos, con la sonrisa de triunfo, aunque haya perdido la pelea, estar en los ojos de los espectadores es su victoria, su placer.

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El baile es ahora intermitente. Un paso, dos. El bailador no cesa en su oficio que es la venta de cerveza. Gira sobre el encordado, su melena es la identificación inmediata para sus clientes, el chiflido una vía de comunicación.
La alegría está en su cuerpo, celebra el negocio, la tristeza está en la mirada, en ella se concentra la realidad de lo que deja en casa, de la existencia de quienes le esperan, divertirse es trabajar, construir un estilo de protección, un escudo también para la adversidad, una realidad para exhibir las preferencias escondidas, tumbar las compuertas de la contención del deseo.
El devaneo es la ganancia más efectiva, las monedas un paliativo para la manutención en el hogar. Bailar es un estilo para el comercio, bailar es un contagio paradójico en la alegría que también se llama lucha libre.

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Vienen los payasos que son Psicos Circus. Dice el Calín ( mi hijo), que esos luchadores se llevan a los niños, que a veces los meten en un saco. Eso le da miedo. Por eso se esconde en la tercera fila, lejos de las garras de los enmascarados.
Y son los ojos del Calín dos esferas a punto de estallar de emoción. Ver al Dark Mocho que es el Cota, rodando por el cemento, lleno de pies y puños en su cuerpo, quejándose de tanto dolor, allí en lo inmediato, verlos a ellos vestidos ganándose la vida ,jugando a la violencia, es uno de los sueños hechos realidad en mi hijo.
El Mocho Cota es una institución en la lucha libre, sus años en los rings le han dado la posibilidad de reconocimiento. El Mocho Cota alcanza ya los sesenta, pero tiene ganas de volar, de ver los flashes contra su rostro, de firmar autógrafos y posar al lado de sus seguidores. Al luchador le gusta ejercer también el poder, y lo hace ante el jovencito que lo increpa y le dice que la lucha la perdió de manera legal. El Mocho Cota tiene varios hijos que le siguen los pasos, que hace rato lucharon, que también llenaron de risa la arena del Expoforum. El Mocho Cota tiene completo el oficio, y en su mano faltan dedos para contar las hazañas vividas en la lucha.

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Pero mira cómo baila la Parka, el luchador nacido en la colonia Villa de Seris emula a Michael Jakson, ofrece su mejor coreografía, convoca a las risas, juega a engañar a sus rivales. Su baile es tenue, desangelado.
La Parka nació en Hermosillo, y cuando en un cartel de lucha aparece su nombre, las sonrisas de los fanáticos se dibujan de facto. Pero esta noche no ha sido la mejor de todas en el profesionalismo del luchador.
Subió al ring sin aspavientos, con su ya cansada rutina, como si en esta actuación fuera implícito el trámite nada más su aparición para luego recibir el pago de sus honorarios. En la segunda caída La Parka inventa un golpe en su mano izquierda (¿o sí lo sufre?), desaparece por unos minutos para luego regresar y en una lucha de trámite, sin mucho que ofrecer, levanta las manos en pos de la victoria.
Ni rechiflos ni reclamos. A un ídolo se le quiere, aunque éste se valga de ello para ofrecer sólo la presencia encima del encordado, como si con eso la función estuviera cubierta. Así es esto de la fama y sus reflectores, dormirse sobre los laureles dura mientras la realidad es un pinchazo en las costillas, eso se verá dentro de poco, cuando a La Parka se le apersone un público que exija, en su ciudad natal o fuera de ella.

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Antes de apagarse las luces del recinto para la lucha, antes de ver a La Parka sacudirse de sus admiradores, de intentar alcanzar el camerino y despojarse de su máscara como sacrificio, el último baile de la noche en el vendedor de cerveza, la última sacudida de su cuerpo sobre el cemento.
Los ojos avivados y el corazón agitado, los calambres en las nalgas, el abrazo efusivo del grupo de clientes como si en el estrechón les fuera la gratitud por su manera de divertirlos.
Es la cheve la pauta para las monedas, el comercio como oficio, la alegría improvisada rebasando la calidad del espectáculo que dieron los profesionales del ring.
El Calín esperará un mes para celebrar la emoción; el Mocho Cota aguardará esos treinta días para ejercer el poder de su cuerpo y su deseo de controlar a los espectadores; el vendedor de cerveza se ausentará cuatro semanas de la arena, pero permanecerá en la alegría de los bebedores, en la carcajada de las damas, las esposas, en la sorpresa de los morritos.
Atrás quedará la cubeta con la cheve, a su paso se aproxima ya la existencia de los suyos, en la orilla de la ciudad, debajo de un techo de lámina, encima de un suelo de tierra. Bailar otra vez será la defensa contra la realidad. Siempre bailar.

2 comentarios:

Pina dijo...

La Parca (hijo de la Foncha y hermano del Yanco) iba a comprar raspados a la casa cuando vivía en la juan josé aguirre. Ahora el Tamagoshi se emociona de pensar que alguna vez -o muchas- su principal ídolo haya pisado el mismo suelo en el que ahora vive.

"lucha-lucha-lucha/no dejes de luchar..."

Un saludote.

Jesús A. Ibarra dijo...

Es un placer leer crónicas de color de lucha libre en tu espacio porque simplemente no existen en ningún otro medio de Hermosillo.
Saludos!!!
Jesús Ibarra