lunes, 15 de diciembre de 2008

Desierto mar

Personajes:
SILVESTRE
ROMUALDO
Romualdo conduce su carro, lo acompaña Silvestre.
SILVESTRE (Saca una pistola y le pega un tiro en la nuca. Toma el volante, controla el carro que avanza, en el movimiento intenta acomodar a Romualdo): Muévete cabrón, vamos a chocar. Qué te vas a mover si estás bien muerto. Es un chingo de sangre, ya me manchaste la camisa. Te dije que aunque estuvieras muy grande te iba a madrear. ¿Por qué no me quieres pagar el carro? A poco crees que robar no es trabajo. Cuántas horas de espiar al jefe para ver dónde dejaba la billetera, y te amacizas tan quitado de la pena.
ROMUALDO: Le arreglé el carburador, le puse llantas, le metí las balatas, tú dijiste que lo arreglabas de una cosa y luego de otra y nunca quedaba bueno. Me lo rolaste.
SILVESTRE: ¿No entiendes que fue por hartazgo? (De reojo ve a Romualdo) No me peles los ojos. (Le da un golpe en la frente).
ROMUALDO: Son mis ojos, con los que te veo.
SILVESTRE: Con los que viste las armas, y me balconeaste, ¿o mi jefa se enteró por obra y gracia del espíritu santo del gane que me aventé?
ROMUALDO: Tú mismo las pusiste en la alacena. ¿Se te olvidó que ella cocina?
SILVESTRE: Seguramente también yo le dije a mi apá que me madreara porque me puse tus tenis que te compraron por ser el mejor en calificaciones. Pinchis verdugones que me dejó, pero qué tal, ahora tú tienes un hoyo en la nuca, y los ojos blancos como vaca degollada.
ROMUALDO: Los tenis te los regalé, te los pusiste el día que de descansó del jefe. ¿Llevas mucha prisa o qué? Vas a chocar.
SILVESTRE: Te llevo al desierto, a donde tanto te gustaba ir cuando nos escapábamos en las bicicletas.
ROMUALDO: Aún tienes las cicatrices, yo también, pinchi alambre, era de noche, no lo vimos. Te asustaste hasta llorar.
SILVESTRE: Para curarnos las heridas de los alambrazos no necesitamos mertiolate, aunque las cortadas estaban grandes, supiste cómo resolverlo.
ROMUALDO: Te metí al agua porque el mar cura todo.
SILVESTRE: Por el susto te hice caso, como siempre, tenías razón.
ROMUALDO: Nos escapamos siempre de la casa para ver ese abrazo del desierto con el mar. Me gustan las olas cuando conversan con la arena en cada movimiento.
SILVESTRE: Cada que vamos escarbo en la arena, no pierdo la esperanza de encontrar las armas que me robé; las enterré cerca de la playa, no sabía que el mar creciera tanto, creí que con el paso del tiempo se iba haciendo pequeño; ahora sé que el agua me robó las pistolas, los rifles; a huevo que al mar Dios ya lo perdonó, ladrón que roba a ladrón.
ROMUALDO: La noche que nos alambramos mi apá se enojó porque llegamos mojados.
SILVESTRE: Descargó los cintarazos y las bofetadas contra mí, a ti te dijo que te fueras a dormir.
ROMUALDO: Porque te abracé para que ya no te golpeara.
SILVESTRE: Después vinieron las patadas en la cabeza, no aprendía en la escuela, no me gustaba el béisbol, no sabía qué era una llave estilson ni unas pinzas de presión. Tú sí, todo lo sabías: el muchacho perfecto.
ROMUALDO: Yo trabajo y estudio no sólo para salir adelante, también para ver por ti y enseñarte.
SILVESTRE: Muchacho perfecto. La arena del desierto también es perfecta.
ROMUALDO: Eso te lo he dicho siempre.
SILVESTRE: ¿Y el amor que sientes por los sahuaros? Nunca se te quitó la manía de posar junto a ellos para que te retrate.
ROMUALDO: Es lo más hermoso que la naturaleza parió.
SILVESTRE: (Riendo): Cuando te emocionaste y lo abrazaste tan fuerte te llevaste las espinas en la piel; me impresionó que no lloraras.
ROMUALDO: Lo gozaba. Y me ayudaste, tuviste que pedalear tú solo la bicicleta para llegar a casa.
SILVESTRE: Me asusté, y me dolía nomás de verte, no cómo tú que cuando me chingaban, disfrutabas.
ROMUALDO: Me encerraba en mi cuarto, ¿qué más podía hacer?
SILVESTRE: Vamos llegando a la arena.
ROMUALDO: De noche es más tersa, la moja el sereno del cielo.
SILVESTRE: Con la arena dormirás el resto del tiempo, hasta que el cuerpo se desintegre.
ROMUALDO: Prometimos que si tú morías primero yo te echaría al mar.
SILVESTRE: Yo a ti en el desierto. Ahora estarás en amasiato con su calor. Escucha esa canción. (Le sube al radio). Es la de Pedro y Pablo, la que habla de los hermanos engañados por una mujer. (Se carcajea). Cómo nos adueñamos de esa rola.
ROMUALDO: Nunca me dijiste que era tu novia.
SILVESTRE: Ni oportunidad me diste, no habían pasado ni dos semanas y ya no era mía, era tuya.
ROMUALDO: Llorábamos escuchando la canción, ahora sé que lo hacíamos por la necesidad de abrir el corazón. Nuestro padre no nos dejaba llorar. Porque eso es de maricas.
SILVESTRE: Jugábamos a emborracharnos por despecho, tú fingías, a mí me daban ganas de partirte la cara; me habías quitado la novia. Siempre tú más grande y más fuerte que yo, no había otro remedio que aguantarme las ganas. ¿Qué tal ahora?- Dile adiós al puerto; al desierto no porque en él te quedarás. (Apaga el carro, se baja, abre la puerta del copiloto, se esfuerza para bajar a Romualdo que está inmóvil).
ROMUALDO: Cuantas estrellas, nunca había visto tantas. Acá Venus, más allá la Próxima centauro.
SILVESTRE: Míralas. (Saca la pistola, le pega un tiro en la frente):Tenemos toda la noche para fabricar tu hogar. (Va al carro y trae un pedazo de sahuaro), te lo traje para que siempre estés abrazado de el, disfrútalo mientras te dure el cuerpo. (Silvestre echa a Romualdo en el hoyo, lo entierra).
VOZ DE ROMUALDO: Así se amarran los zapatos, cuando está bien hecha la flor jalas de las dos tiras para que se apriete el nudo.
SILVESTRE: Hermano.
VOZ DE ROMUALDO: ¿Dos por dos?, sólo suma estas dos rayitas con estas otras.
SILVESTRE: Romualdo, carnalito.
VOZ DE ROMUALDO: Está bien, ese dibujo sí es un gatito, sólo márcale las orejas, así.
SILVESTRE: (Termina de enterrar a Romualdo, escuchan aullidos de coyotes, se sube al carro, lo enciende) Vámonos carnalito, la vida se dispone.
VOZ DE ROMUALDO: Como el desierto y el mar. (El carro avanza sobre el desierto).

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