lunes, 9 de febrero de 2009

Sones cubanos-mexicanos



carlos sánchez
Álamos, Sonora.- Bailar es también la aprobación de un ritmo que seduce. En una tarde de sábado se construye la euforia. En el escenario de la alameda el grupo Son del alma es augurio de un fin de semana para recordar, dentro de la 25 edición de Festival Alfonso Ortiz Tirado.

Se destapa un refresco ambarino en las manos del espectador que no sólo celebra el ritmo, sino la alegría que obedece a los mejores pasos de la pareja sexagenaria que enseña la coordinación del baile: el movimiento perfecto, los mejores desplantes, la vigencia de la alegría que funda la música.

Suena la trompeta en un cuasi solito acompañado por un desempeño discreto de percusiones, bajo y guitarras. Roberto Ortega es el Betín, músico que apenas rebasa el metro de estatura, y no obstante, desde sus pulmones llena de aire el instrumento: surgen notas para hospedarse en la emoción de quienes bailan o tararean con golpes de palmas sobre sus rodillas.

No hay mejor cura para el alma que una buena nota musical. El grupo Son del ídem lo refrenda. Entonces en el repertorio una y otra canción de antaño, de esas sin margen para el error: Lágrimas negras, Dos gardenias, Chan chan. Y por ahí el repertorio.

Cuenta Juan Pablo Maldonado, director musical del grupo, que esto de los sones cubanos, con arreglos muy mexicanos, surgieron como idea en un viaje que tuvo a La Habana, Cuba. De ahí entonces la necesidad de compartir lo aprendido en ese tiempo de indagar el origen y propuestas del género de marras.

Cuentan también los conocedores, que Carlos Sau, guitarrista del grupo, es la panacea interpretativa en este territorio que es Sonora, origen territorial del grupo. Argumentan también que la chispa y el ángel de Gustavo Asencio, percusionista, le viene de sus raíces en Cuba, su tierra natal. Tiene este músico la precisión para conversar con los espectadores, convocarlos y convencerlos para juntos construir la alegría. Son del alma da su concierto, los invitados bailan y cantan. El percusionista contamina de felicidad a los bailadores, los escuchas y observadores.

El bajo suena, hace vibrar el pecho. Carlos Bejarano, además de tocar dirige los destinos del grupo, afina los proyectos, pone el ojo en el siguiente espacio para ejecutar el talento, la pasión: ejercicio de la vocación para vivir de lo que se ama.

Son del alma es, pues, la perfecta interpretación de un género (los arreglos son autoría del grupo), cuya estafeta es garantía para arrancar de la mente los pendientes, las deudas e historias de crisis. Son del alma es argumento perfecto para soltar las amarras de la inhibición, y bailar, bailar… bailar con libertad. Celebrar con las palmas fue inevitable. Gratitud al trabajo que se desempeña con honestidad y alegría.

1 comentario:

Pina dijo...

eso!

y un abrazo infinito al buen amigo Juan Pablo

...
chingón
con acento en la ó