lunes, 29 de noviembre de 2010

Sones, blues, jazz: un toque de acordeón y bajo sexto


por Carlos Sánchez

A capela las estrofas. Las voces son la analogía de un futbolista que con respeto se dirige al público para festejar un gol en el ángulo, en pase a la final. Es viernes por la noche y hay ritmo, cervezas para aumentar los grados centígrados en la piel, afinar la garganta para corear los cánticos.
Las notas de un violín tocan la alegría. Arriba, hacia el cielo, un cúmulo de petates es el techo que contiene el sereno de una noche de música. Aquí son Los Jarritos, una cantina, aquí es la oportunidad preciosa para auscultar la propuesta de Zazhil: son rock / blues jazz.
En la cinco de mayo, que es el barrio, en una esquina, debajo de la enramada, encima de las piedras (que son el suelo en el foro) convergen la pasión y la bebida, el humo y las notas, el estallido en la garganta, acordes en los dedos.
Después de los versos a capela, y a manera de presentación, Ramón Sánchez, domador de la flauta transversa, expone los motivos de las palabras en coro:
“Somos el grupo Zazhil, venimos de la ciudad de México con un repertorio revuelto de música mexicana de diferentes estados, y lo que escucharon (a manera de presentación y a capela) es diciéndoles salud para que consuman, si no la casa pierde, y no nos vamos de aquí si no nos ponemos hasta las chanclas. Empezamos con una canción que es del estado de Morelos, es algo para pedir permiso, así como estamos reunidos, el cantor viene a pedir permiso para que lo dejen echarse una canción, después de ahí cantamos un son de Jalisco que compuso Panchito Madrigal, que compuso la canción Jacinto Cenobio, pues él también hizo este son que se llamó La paloma habanera, esta paloma habanera se la compuso a los cubanos con tantos años de bronca que han cargado con el bloqueo, a él se le ocurrió hacer esta metáfora entre el gavilán y la paloma. Y como no hay programa hoy hay les va esta Petenera.
Cantan después de una breve introducción sobre la rola de marras. Cantan y se divierten. Tienen los músicos prendida en sus pupilas la palabra euforia, les cae por sus mejillas el deseo de sus pies sobre el escenario, se trepan y a capela advierten que la música se hizo, la hacen.
Y son una vela para encender el testimonio de lo que con los años se construye: calidad lúdica a cada zarpazo en el rasgueo del bajo, las yemas en los teclados, el aire en la flauta, el violín hecho un corazón que irriga de armonía el foro como choza. Atmósfera febril.
Porque dicen y es sabido que en la cantina se canta el amor y la vida, porque destapar una caguama tiene implícito el encontronazo con la sensibilidad: se destapa también la libertad de sentir, decir.
***
Zazhil es la cordura encima del barrio, los locos que afortunadamente en la música tienen todo y en ella misma nada qué perder. Y también antier estuvieron en otro estado, en otro país, y también mañana se treparán del viento para recorrer las islas que les esperan y habrán de, como ahora, entregarlo todo que es la música: otros estados, otros países, otros barrios.
Dicen que estos muchachos, los zazhiles, un día acompañaron en sus cantos a la siempre dignidad incólume de Amparo Ochoa, y uno de sus integrantes anduvo al compás del grupo Los Folkloristas. Dicen en los medios, en las páginas de internet, que de un lado a otro se la viven. Dicen ellos, con la actitud, que cualesquier espacio es digno para ejercer el oficio. Y lo hacen ahora ante el Paco Luna (maestro universitario, escritor, músico), quien permanece con un rictus de felicidad en las cejas que le pueblan el rostro que sólo es sonrisa. Paco canta y conversa con señas, pide una y otra, la complacencia es otra vez la reiteración de la actitud afable de quienes hacen la noche dentro del foro.
***
Y si hubo sones bluseados, jazzecito de aquellas, detrás de las cortinas de palma, a un ladito, los muchachos de botas y sombreros, allá, calladitos, esperando su turno. Y vino el momento de trepar al escenario, no sin antes la gratitud del grupo Zazhil para con los integrantes de Tributo, los que todos los viernes llenan con su bajo sexto y acordeón las emociones de los parroquianos.
No falta la espontaneidad, que de esto también está hecha la vida. Arriba y con micrófono en mano Susana Salcido hace estallar su garganta para evocar a doña Chayito Valdez al interpretar Celosa, y bueno, que las palmas tronando también fueron de gratitud.
Noche de fraternidad. Celebración del oficio, y la vocación de los que persiguen a estos locos que se aposentaron para siempre en la construcción de notas. Dicen los que saben que Zazhil un día antes tuvo multitud en la explanada del museo y biblioteca de la Universidad de Sonora. Y que vinieron estos muchachos a la celebración de trova y poesía que se ofrece desde el área de Publicaciones del alma máter.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Hazlo por mi corazón

escito por Carlos Sánchez

Para que haya amor se necesita que haya besos. Chuy Vega canta ahora, mientras el acordeón se multiplica como un redoble en mi pecho, las parejas bailan. En el bajo sexto hay pasión, siento las cuerdas al imprimirse en los dedos del músico, y su voz un estruendo que incita a la danza. Tengo en la mente, no, en la mente no, en los ojos, tampoco en los ojos, en las manos, en los pies, en el tacto, el nombre de una muchacha que conocí el sábado pasado, aquí, en este mismo lugar: Gitanos Disco Bar, donde ahora tocan Los nuevos cadetes. Nogales es la frontera que nos junta, a ella y a mí, y ella que vino a buscar, yo que vine encontrar. Ella me dijo ese día, no, esa noche, cuando se acercó para que yo pudiera escucharla, que vino desde un pueblo en la sierra, buscando a su madre, que ya hace muchos años la extravió, que un día se enamoró, ella, o sea su madre, y dejó todo por el amor, incluida a ella y su hermano, yo le dije, gritándole, porque no me oía pues porque el volumen del conjunto estaba muy elevado, que qué bonita la historia de su madre y de ella, que así quisiera ser yo un día, dejarlo todo, y todo significa todo, nada que me llevo esto o lo otro, no, dejarlo todo significa que la muerte misma me acompañe pero a sabiendas de que uno puede sentir una bomba siempre a punto de estallar en medio del corazón, y a punto de estallar nomás porque se sabe querido, y de tan solo pensar en que a uno lo quieren y quiere, es la razón más contundente para soltarse de las ataduras. Me vio y sonrió, con dudas, en los ojos tenía dudas, ella que tiene en los labios la textura de una hoja de maple en primavera, el color del otoño en su piel, ella con los ojos tan grandes como el ruido del conjunto, nomás me miró y se puso a bailar, pienso yo que lo hizo para evadirme, o tal vez porque andaba cerca, porque según también me dijo que se sentía bien en ese bar, con música en vivo que porque en su pueblo de allá de la sierra hacía mucho que no iba a una fiesta con música así, y que bueno, pues ya en cualesquier momento sabía ella, estaba segura, podría encontrar a su madre. Bailamos ese día la misma canción que suena ahora, ese día, no, esa noche, la cantaron los Vagos del Norte, hoy la canta Chuy Vega, y parece como si yo le hubiera solicitado esa pieza: Quiero pensar en ti durmiéndome otra vez / y al despertar mañana. Escucho y la miro pegadita en mis brazos, con su chiquito cuerpo, delgadito, las piernas volándole del suelo, apenas pegando la punta de sus pies, trepándome. Nos deslizamos por toda la pista, al tenerla en mis brazos me impresionaba pensar que como era que si nunca antes la había mirado ahora me sentía bien enamorado, yo no sé si a los demás les haya pasado algo similar, nomás verla bastó como para que mi cuerpo temblara y más cuando al bailar nos hicimos un solo tronido en el pecho, al ritmo de las canciones. Ahora suena esa misma canción que bailamos: Quiero cantarte a ti / como el senzonte aquél que canta en tu ventana. Chuy Vega es la neta, su voz sí es un senzonte, y canta para todos los que ahora celebramos, ¿qué celebramos?, lo que sea, yo por ejemplo celebro conocer a esta muchacha venida de un pueblo de la sierra, y celebro nomás porque mis manos estuvieron en su cintura, bien bonita la chamaca, sus labios son como una escultura de porcelana, no sé si Dios bendito se los dibujó, no sé, ella, mientras bailábamos y yo la apretaba más fuerte, me dijo que no, que los labios de ella son de su madre, que eso le han dicho y que lo comprobó en una foto que miró en un periódico y que fue justo ahí donde se enteró que su madre vive en Nogales, que por eso se vino y que no le importó el trabajo, ni los compromisos y que por ver a su madre todo, que aunque a ella le han dicho miles de cosas ella sabe que la madre es la madre y sólo una vez en la vida y que bueno ya aprovechando que la anda buscando pues que hay que divertirse y que por lo pronto en calidad de mientras la encuentra bailar es sano porque el cuerpo también lo necesita y a poco no, a poco no te sientes suave de bailar y ver a todas esas parejas que también idolatran a Chuy Vega y que a poco no está chila la luz de la disco, que a poco no hay que darle oportunidad al descanso a poco pura chinga de lunes a viernes y también los sábados. Los nuevos Cadetes ahora me interrumpen del recuerdo de esos labios, los que también al pensarlos se siguen aproximando a mí, despacio, entre queriendo y no, y vinieron pero no llegaron, pero ahora me interrumpe Chuy Vega, porque allá por debajo de la pista de baile se andan peleando unos muchachos y pues el vocalista les grita que se estén quietos, que si que no saben convivir en paz, que si todos somos mexicanos, eso dice, y que arriba la gente de Michoacán, no sé por qué lo dice, pero lo grita, y el mismo Chuy le hace una seña a sus músicos para que la fiesta continúe, como queriendo que con las canciones la raza vuelva al romance, al dancing, a que se les quite de la cabeza la idea de los problemas, que se diviertan mejor. Eso me dijo también la muchacha, pero eso fue mientras yo me tomaba una cerveza, allá en una mesa debajo de la salida de emergencia, yo cheve, ella refresco, porque el alcohol la marea y si algo le gusta en la vida, me dijo, es la lucidez, estar sobria, sólo así disfruta de su cuerpo, de sentirse, de mirarse, sólo así respira profundo, y que por eso nada de bebidas que le distorsionen, bueno, pues eso también me dijo, que ella nada de violencia, que aunque en su casa, con la familia que vive, que es su familia, claro, pero que ahí hace falta la madre verdadera, pues bueno, que a ella tampoco le cae bien la violencia, pero ese día, no, esa noche, afortunadamente no hubo chingazos, todo formalito, ordenadamente todas las parejas bailando apretadito, como ella y yo. Allí fue en esa mesa, donde me acerqué a su cara, tenía yo el pretexto de no escucharla, pues así no falla, de cerquita ya las muchachas no pueden decir que no, entonces que me le acerco y le rozo la mejilla con mis labios, creo que le picó el bigote, lo sentí, no me dijo nada, pero como que la piel respingó, se hizo un poquito hacia atrás, pero sin rechazarme, sé que no, porque uno luego siente cuando no se hace, yo en la mirada luego sé cuando hay correspondencia, pues ahí que estamos yo diciéndole cosas al oído y ella entendiendo todo, o haciendo como que entendía, y ya en la desesperación que me le voy como cochito al maíz, sobre la trompa, a hundirme en el fango, pero nada, peor que un swin en la última entrada con dos ponches y caja llena, que me voy de bruces y solo, lo bueno es que nadie me vio, estábamos solos, o acariciándole la muñeca de su mano izquierda, bien despacio, como se toca digamos el último cigarro y al amanecer, así, y ella me buscaba con sus pies, me tocaba por encima de las botas, con delicadeza, y también fue que mientras bailábamos, ella me rozaba el pecho con sus pezones erguidos, eran, no, son, del tamaño de un penny, así, con esa exactitud, y como apretando un penny tenía sus rodillas juntas, lo supe al intentar meter mi mano entre ellas en un par de ocasiones, no, bien firmes, sólo en la piel, allí si pude deslizarme, tocarla, incluso, también cuando bailábamos, me dejó morderle con los labios su oreja derecha, o no es que me haya dado permiso, yo nomás me dejé ir, bien tierno, ella no opuso resistencia. Chuy Vega es chilo, y en su voz tiene un timbre que le gusta a la raza, y entre rola y rola conversa, vacila, es como cualquiera de nosotros acá abajo, escuchándolo, no parece tan famoso, es decir, no se porta presumido, es a toda madre, ya calmó a los peleoneros, ya la fiesta en paz, ahora canta esa de Hazlo por mi corazón, con esa me hace más pesada la espera, su ausencia, es como si yo le estuviera cantando a esa muchacha venida de un pueblo de la sierra, que No lo haga tanto por mí, y es que parece como si se hubiera llevado un pedazo de él, de mi corazón, aunque me puedo sentir sacado de onda, cómo de que en un día, no, en una noche, ya me estoy vaciando por no verla, por no encontrarla, bueno, sí la encontré, y pero qué cabrón esto, uno nunca tiene fin, porque no estuvo nada mal ese día, no, esa noche, amanecimos caminando por la avenida Obregón y hacia la colonia Cajeme donde dicen que le dijeron que su mamá vive en una traila, muy cerquita del estadio de beisbol, y cómo olvidar sus ojos cuando por fin dimos con la traila y le dijeron unos señores, que salían de debajo de un puente encima de un arroyo, que la señora hacía algunos días que no regresaba, pero que eso era normal que porque algunas veces duraba hasta semanas sin venir a dormir, y yo pues lo único que pude ofrecerle fue ir a desayunar, no le quise decir que en mi casa podría descansar, porque luego se le nota a la muchacha que es gente decente, y tal vez hubiera mal interpretado y pues para qué arriesgarme si yo nomás de verla estaba feliz y no me podía arriesgar a hacerle pasar un disgusto, mejor fue que la llevé a donde me pidió que la llevara, la acompañé a la central de Tufesa, allí miré cuando se trepó en un transporte, y antes de irse me dijo que volvería, que ella estaba segura de encontrar a su madre, que ella sabe que en el Gitanos se la lleva, pero pues que esa noche tuvo mala suerte, aunque no tan mala fue la suerte que porque me encontró a mí. Calmado, no peleen, muchachos, eehhh. Otra vez Chuy vega intenta calmarlos, ya mientras canta les dice que no, que otra vez no, por lo menos eso me hace sentir bien, saber que no vino está bien por ese lado, porque ella no merece este tipo de fiestas, ella es una muchacha buena, se le nota de a luego en su manera de mirar, y también lo sé porque algo me confió, me habló de su novio, que ella está en compromiso de amor con él, que sí le parezco agradable, no, agradable, no, interesante, eso fue lo que dijo, que le gustan mis ojos, no, mis ojos, no, mi manera de mirarla, que disque le recuerda un pez en la pecera que tiene en la mesa de la cocina de su casa, que al verme era sentir paz, pero que mi sonrisa, no, mi sonrisa, no, mis dientes, así disparejos, le parecían graciosos, infantil, sí, infantiles, sí, pero que no podía, que si el deseo está bien, pero que no, que en la casa donde creció le dijeron que no puede mirar a otro que no sea su novio, que no siga los pasos de su madre, que no está bien abandonar a los hijos, que no está bien dejarse ir por el amor, que la pasión nunca fue recomendable cuando ya se tiene una pareja a quien ser fiel, que por eso estaba mejor así, que el baile es sano y ya es mucho que los cuerpos estén juntos, que gracias por las horas felices, y justo ahí es cuando sonaba esa canción, ese estribillo, y debe ser que lo dijo como que porque ya no tenía más palabras, y bueno, es normal, las palabras faltan siempre, yo tampoco muchas veces sé cómo decir lo que siento porque no me alcanzan las palabras, y así fue que sólo me besó pero desde lejos, y también dijo que lo hizo y lo seguiría haciendo con el pensamiento. Le agradezco a Chuy Vega esta noche, él sí tiene palabras para decir el sentimiento, y nos hace sentir. Ahora dicen que suena la última canción, y ya los muchachos se han aplacado, yo intento recordar el nombre de la muchacha venida de un pueblo de la sierra.

martes, 16 de noviembre de 2010

El Maiquel Yackson de Tijuana


por Carlos Sánchez

Un silbato en sus labios, un tando, coordinado blanco, camisa oro, zapatos y corbata negros. Se desliza por el pavimento en pleno corazón de la zona Río, en pleno corazón de Tijuana.
Baila sin prejuicios, desbordado de libertad. Antes de que la luz del semáforo cambie, con su tando en la mano recoge monedas que entregan automovilistas.
Se llama José Andrés Hernández Artega, y en un receso de su cuerpo en movimiento a ritmo del silbato, me inquiere que si de dónde vengo, qué hago con la cámara en mis manos, disparándole a él. Le digo que soy de Sonora, su respuesta es una sonrisa, me pide que le haga una foto junto a mí, la hago y conversamos en un acuerdo tácito, en un pacto de miradas.
--¿Cuánto tiempo tienes bailando como Michael Jackson?
--Más bien yo bailo antes de que él naciera. Tengo sesentaicuatro años y él tenía cincuentaitrés, cuando yo tenía veinte años él tenía tres (sic), yo dominaba todas las técnicas del mambo y aunado a eso él tiene mucha técnica muy depurada, nos dejó un legado muy difícil para cualquier bailarín profesional, pero para mí es una gran virtud que Dios me haiga dado esta gran experiencia porque sinceramente me debo a la gente, para mí es un espectáculo y yo gracias a la virgen ella me da condición física porque sinceramente tengo que tener velocidad, técnica, elegancia y perfección.
--Lo haces muy bien.
--Gracias, muy a amable, yo le mando un saludo a toda la gente de Sonora, yo soy de Guadalajara, Jalisco, del bario de Analco, me hice en vecindades, en las vecindades se hacen los grandes bailarines: Resortes se hizo en vecindades de México, Tin Tan se hizo en Chihuahua, en las carpas. Yo puedo dominar veinte ritmos y próximamente voy a estar en TV Azteca, bailando veinte ritmos, espero un correo de voz y me vean en internet, ahí estamos en Maiquel Yacson de Tijuana, esa es mi página y yo agradezco mucho las atenciones.
Pienso morir bailando, el programa que voy a llevar, un proyecto que se llama “Morir bailando”, para que toda la gente que ya se cree de los cincuenta en adelante y crea que ya está frita, no, es nomás ponerle ganas, entusiasmo, y creer en uno mismo, en Cristo.
--¿Desde qué hora bailas?
--Ya tardeando, porque el sol es muy pesado, desde la cinco o seis de la tarde, en este tiempo de invierno a las cuatro treinta empieza a oscurecer, me vengo a esa hora. El gobierno me maneja con tenazas, me da permiso de bailar porque aquí en Baja California es muy difícil experiencia para cualquier extraño, entonces ya lo que somos de aquí de Tijuana nos sabemos la tierra, conocemos la cultura de aquí, están unidas todas las culturas de toda la república, aquí hay que ser muy trucha, adiós drogas, aquí si le metes a la droga es cara y mala, entonces aquí las dejas o las dejas, el que cae en el nido de la droga: frito, entonces agarrándose de Cristo, no hay de otra, yo soy encontrista: gloria a Dios.
Bailar ante los ojos de Felipe Calderón
--¿Cómo se llama este crucero donde bailas?
--Aquí estamos en Cuauhtémoc Sur, el crucero más chaca, aquí y la línea es donde transita la gente de mejor dinero, de mejor posición, porque la Plaza Río es la mejor plaza de Tijuana. Está el Cuauhtémoc en frente, está el hotel Camino Real, donde estuvo hace quince días el presidente Calderón y gracias a Dios bailé para ellos, me entrevistaron, bailé para canal 13 de México y para todo el mundo. Y yo tengo ese proyecto, los mexicanos somos más buenos.
--¿Felipe Calderón te vio bailar?
--Él estaba arriba, estaba en una conferencia y entonces se voltearon las cámaras hacia mí, para mí que Felipe Calderón me vio porque pues sinceramente yo soy el personaje, modestia aparte, más visto aquí en Tijuana. Ahora que viene Bustamante, el presidente municipal, pues le voy a pedir chanza para trabajar con toda la gente y quitarla de las drogas, como el proyecto Marabunta, aquí lo puedo hacer, es nomás de que la gente crea en mí.
--¿En qué barrio vives?
--Vivo en Mutualismo, en la zona centro, la zona más dura, más pervertida, allí es donde venden la heroína, el cristal, la mariguana, las pingas, la cocaína, la piedra, vivo alrededor de eso y tengo que brincar todo eso, no me molestan a mí nadie porque sinceramente yo usé drogas, para qué soy hipócrita, en mi juventud me daba mis toquecitos de mota para bailar y tener condición física, sinceramente, hay que estar puro.
--¿Vives en pareja, tienes hijos?
--Sí, tengo mis nietecitas, gracias a Dios, tengo mi hija, mis hijos, me los traje de allá para acá, aquí viven, una de ellas trabaja en mostrador en Soriana, mi esposa a veces me acompaña a la línea a bailar, para mí es muy espectacular que la gente me aplauda, el dinero va y viene, corre, pero me encanta que la gente se entusiasme al verme y para mí día a día es una experiencia tremenda bailar en la calle, porque aquí en la calle se agarran las tablas que se ocupan.
Yo bailo profesional desde los trece años, en Guadalajara bailaba en los club nocturnos, fue una experiencia el haber bailado entre candilejas, estudié actuación, en artes escénicas soy generación 82-84 en la Universidad Autónoma de Nuevo León, me recibí de actor y director de teatro, estudié todas las materias: caracterología, lenguaje de producción, actuación, dirección, cromática, todos esos estudios los llevé a cabo y me han ayudado para mi comportamiento y sinceramente ahora que viene el proyecto del Pueblo de las ideas en Puebla, hay que verlo, porque sinceramente dicen que la memoria se queda atrás.
--¿Qué tan rentable es una noche en cuestiones económicas?
--A la gente no se la come uno tan fácil, hay que tener talento, hay que bailar igual o mejor que Maiquel Yacson. Hay veces que gano cincuenta u ochenta, cien dólares en un rato, y cien dólares son mil y tantos, es muy difícil ganar mil pesos en un rato.
--¿Todas las noches bailas?
--Seguido, depende de mi condición física, pero yo tengo que tener condición física diario. Mínimo gano tres cuatrocientos pesos en un ratito, porque con dos horas de baile cualquier ser humano se va a la lona.
--¿Entonces bailar hasta la muerte?
--Hasta que muera, si Dios quiere. Y ese proyecto que les digo, a todo Sonora, es mi segundo estado, mi segunda patria, Sonora, porque yo trabajé en ferrocarriles y conozco Sonora como la palma de mi mano, viví en Nogales veinte años, estudié High scool en el otro lado, y Sonora qué bárbaro, maravilloso, qué hermosas mujeres, después de Jalisco está Sonora, sinceramente, hermosas mujeres, les mando una felicitación a esas mujeres tan curvilíneas de Sonora, a la gente, cuando oigo el léxico de: “el buqui está bichi, ándale la zapeta”. Conozco toda la cultura de Sonora, esos caldos de queso, esas tortillas de harina grandotas, quién las va a olvidar, Sonora querido, Dios me los bendiga a toda la gente de Sonora, Sinaloa y toda la república mexicana, de parte del Maiquel Yacson de Tijuana.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Vidrios rotos: mirada en reconstrucción


Carlos Sánchez

Los vidrios rotos en las ventanas del Café Nelly. La infancia completa en la memoria. O por lo menos un repaso. La nostalgia inevitable por los días en la calle, vagando al futbol en el llano. Pateábamos balones remendados, nos tirábamos hacia el ángulo de una portería ficticia.
El rótulo aún intacto, sugerencia al sabor casero de un menudo previo amanecer, los tacos dorados, el café caliente, la cerveza helada. Café Nelly es digamos la institución samaritana del barrio El Jito. Hoy en la memoria, porque fenece la vida, feneció el tiempo de las puertas abiertas de este restaurante con horario sempiterno.
Infamia sería omitir el mejor de los platillos en el café del barrio: una orden de frijoles. En madrugada, por la tarde, a media mañana. Completaba los doce pesos que en ese tiempo era el costo de un plato con lechuga, tomate, un poco de frijoles y una tortilla de harina sobaquera. Me alcanzaba para aminorar el ruido en el estómago.
Limpiaba vidrios en la gasolinera de la esquina, enseguida del Bar La barca de Guaymas, que a su vez está enseguida del Nelly. Levantaba monedas como propina. A veces, en la madrugada, los taxistas ponían combustible allí y aprovechaba para ayudarles a limpiar la unidad, la propina subía de tono.
Andar el barrio era esa posibilidad de recorrer los callejones para encontrar un bachón de grifa, el paisaje soterrado de la resistencia en las familias, los hijos. Recorrer la vida entre las calles del Jito era también la convocatoria hacia el Patio Orquidea, sitio para la fiesta en un costado del canal con su tránsito de agua crecido, mientras la música de algún conjunto grupero nos hacía cantar, a veces en medio de la pista, a veces desde afuera porque en la recepción los festejados no apuntaban nuestros nombres.
Al finalizar la fiesta, o en el curso de ella, había tiros a trompones, había agarraditos de la mano que abordaban la vera del canal contiguo y amarse debajo de la noche. Así la fiesta, así las alegrías. Bailábamos después hasta el amanecer, y eran otra vez los callejones las mejores locaciones para recibir el alba.
Los vidrios rotos en las ventanas del Café Nelly. Cuánta añoranza, cuántos cuentos con desenlaces sobre el menudo, la pata incluida, la pata en el café o en otro sitio más prestado.
Ahora que regreso al barrio, el origen, me lleno los pulmones de Jito, y los nombres de mis carnales me apresan la emoción. Los veo con sus pasitos a modo de libertad, contoneándose en los caminos empedrados, destapando la caguama al lado del Abarrotes Griego, donde el buen Julián nos regalaba en ocasiones un cigarro Montecarlo.
Miro en la memoria al Juany, recién desafanado de la cárcel, y en su conciencia la promesa de no regresar nunca más al cuadro, porque le tocó recibir un año nuevo torcido y eso sí calienta que es doler.
Un día al pinchi Chuy se le ocurrió ir a robar gallos de pelea, no supimos cómo estuvieron las apuestas, pero lo encontraron con los pulmones deshechos de tanta agua. Se cayó al canal, dicen, o lo cayeron. Nunca supimos, a mí me tocó mirar a la Chela su hermana desbaratarse de lágrimas. Después vinieron los balazos en la espalda del Avelino, también hermano de la Chela, luego un soplo en el corazón del Ricardo, el hermano más chico que ellos.
Vinieron más dolores callejones, una vez en la bolsa de chemo sobre la cara del Pelón tinaco, posteriormente una silla de ruedas para su cuerpo y así hasta encontrar la muerte. Un día lo escuché pedirme unos pantalones, unos zapatos, otro día me tocó escuchar que antes de irse gritaba como poseído el nombre de su madre. Y así se fue, que disque a descansar dicen los compas.
Los vidrios rotos del Café Nelly me reconstruyen la memoria, y me hacen bailar de nuevo en el Rafles, centro nocturno donde las trompetas de Los comandos del oeste nos llenaban de movimientos en el cuerpo. Había humo y brandy, tiros cantados y amarres para el romance. Nos desvelábamos dentro del humo formando una cámara gris. En el Rafles, pelos engominados y en la cintura femenina un cinturón estilo chicas Flans. Nosotros botas del torito o tenis Converse.
Hoy los vidrios de las ventanas me dibujan la distancia de los días que fueron. Rotos están y también un pedazo de mí que se fue para quedarse con el impacto de esas piedras que rompieron el cristal. Veo las ventanas sin ventanas: reconstrucción de lo que soy.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Escribir te hace sentir que dejaste la sangre allí


Luis Álvarez "El Gringo"

por Carlos Sanchez
10/Noviembre/2010


Caborca, Sonora.- Le dicen El Gringo. Tiene impreso en el color verde uva de sus ojos un niño dubitativo. Observa con ingenuidad. Engulle el horizonte, supera barreras, ejercicio de análisis tácito son sus pupilas encontrándolo todo. Y lo encuentra a través de la literatura, la que desarrolla al leer y escribir.


Ya escribió un cuentario, (Tijuaneados), una novela (El tiempo de la uva), ya escribió un poemario (Rostros de voz). Y así los días insertos en el desierto, localidad de la ciudad donde habita: Caborca. Allí, El gringo, quien por alias es conocido como Luis Álvarez Beltrán, trabaja en la renta de películas, le entra a esto y lo otro: vende libros, coordina un club de lectura, y mientras la vida le ocurre, observa al ojo del amo el crecimiento de sus dos hijas que son gemelas, el mayor móvil para el amor.


En el cuarto trasero del local donde renta películas y ofrece libros, huele a resistencia, allí, un día a la semana sesiona el club de lectura que por nombre lleva Duermevela, en honor a un poemario del escritor sonorense Jorge Ochoa.


Entre la textura añeja de paredes, y con el ruido a intervalos de clientes que buscan algún filme, se realizan los comentarios sobre los libros que los integrantes del club leen.


Ahora es de noche, minutos posteriores a la presentación de un libro de crónicas de un autor hermosillense, y es en el Gringos video, donde el escritor caborquense atiende y conversa sobre diversos temas, el primer aniversario de existencia del club de lectura, por ejemplo.


“En Octubre cumplimos un año de estarnos reuniendo los jueves por la noche, desde las ocho de la noche y prácticamente hasta que el cuerpo aguante, porque a veces es hasta las once o doce de la noche que nos hemos quedado en este humilde comercio, en el cuarto de bodega. Así funciona”, expone El Gringo.


--¿Cuántos integran el club?


--Lo integramos aproximadamente unas quince personas, pero algunos son miembros visitantes, nomás vienen por libros, los leen en sus casas, ellos son adolescentes, preparatorianos, o personas que laboran y pasan por aquí y les ofrezco libros y se los llevan, pero los constantes, quienes leemos y platicamos sobre libros, intercambiamos, somos entre ocho y doce elementos, unos tenemos más asistencia que otros.


--¿Qué cosas ocurren en una sesión del club?


--Ahora que estábamos celebrando un año nos confesamos un poco, nos sinceramos de una manera que no la hacemos habitualmente, en el sentido de qué significa para cada uno y a lo largo del año este club de lecturas, y por ejemplo, Jesús Rascón, nos dijo que él no tenía con quién compartir su amor y afición a la literatura y que él encontró en este club la posibilidad de platicar, compartir la pasión de un libro. Otros externaron que no accedían a cierto tipo de literatura porque tenían un gusto caprichoso o exclusivo hacia cierta temática o género, y que aquí ampliaron sus horizontes. Lo más entrañable de un club de lectura es compartir, platicar, sonreírnos juntos, bromear, externar comentarios sobre autores, sobre libros, y verdaderamente disfrutar de lo que dice el compañero, aprender de lo que dice, realmente creo que en el común denominador, lo que comulga es que desde aquí aumenta el amor por los libros, crece el amor a través de la convivencia de ideas y lecturas.


--Eres escritor: ¿de qué te ha proveído escribir, y que te aporta la literatura en general?


--Te voy a decir lo que dice Sergio Rascón (pintor caborquense) a cerca del arte, una vez que lo entrevistamos mi amigo Ricardo Félix y yo: el arte deslumbra, dice Sergio, la oportunidad de deslumbrarse con una obra es un móvil, un motor. Y te lo digo porque al momento de terminar un cuento, a veces uno puede llegar a llorar, o terminar temblando, escribir te hace sentir que dejaste la sangre allí, después de escribir doce o catorce horas consecutivas, sientes que andas nomás con la piel y los huesos porque dejaste la sangre en el texto que escribiste. Para mí es una pasión: combinación de amor por la soledad, de amor por la auto confesión, amor por el juego del lenguaje, la infinidad del lenguaje es el secreto placer al estarlo machacando, explorando y explotando hacia el cómo desarrollar e inventar una historia. Y es un oficio irrenunciable, es hermoso.


--¿Qué es más placentero, leer o escribir?


--Leer. Todos los que han publicado antes que uno, o lo que ha llegado a trascender es mucho mejor que lo que uno pudiera llegar a escribir, leer es viajar, maravillarse, y recibir historias geniales armadas a lo largo de tantos años, y yo siempre lo digo, la primera novela que leí, Capitanes y Reyes, de Taylor Caldwell, tardaron quince años en escribirla y es un regalo a la humanidad, o igual Norte y sur de John Jakes, y uno tiene la oportunidad de meterse a ese mundo increíble, escribir es difícil, y leer se agradece, uno siempre acaba dándole las gracias al libro y a quien lo escribió.


--¿Qué significa vivir en Caborca y de qué manera influye a tu escritura?


--Caborca es especial, uno va reuniendo datos y conocimiento, a la vez que amor, por su tierra, la historia de Caborca es especial, la infancia que tuve en Caborca en los setenta y ochenta es especial, la música que nos gusta en Caborca es especial, son detalles que pudieran ser banales pero nosotros estamos hechos de esto: de nuestra forma de hablar, de lo que comemos, de la historia de nuestro barrio, estamos inspirados en el escritor Abigael Bohórquez, en el pintor Sergio Rascón, en Adalberto Sotelo, hombres que son pilares de nuestra cultura y creo que por una serie de circunstancias históricas, sociales, personales, yo considero a Caborca especial, desde el seno de mi hogar, mi primaria, mi barrio, y lo he plasmado en mis libros. Y en esto tiene que ver el contexto histórico, socio histórico, soy economista, soy un escritor aficionado, y como lo dije en Hermosillo alguna vez: he llevado muy lejos la broma de escribir y he publicado libros pero no me he graduado como escritor, y yo creo que Tijuaneados (libro de cuentos), no se trata de Caborca, de mi pueblo, y sin embargo es mi bautismo de fuego en la literatura, y ya nomás me queda un solo ejemplar, pero quisiera tener diez, o quince, o cincuenta o cien y darte uno.

domingo, 7 de noviembre de 2010

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Lo miré debajo de un árbol, caminaba con las manos en la cara sobre el camellón del bulevar Luis Encinas. Alisté la cámara, intuición de la cercanía. Me dispuse a esperarlo en el rojo del semáforo. Se acercó y antes de que me pidiera un peso dos para compeltar un taco, el disparo. Y aquí su mirada. (cs)

sábado, 6 de noviembre de 2010

Camino al desierto… porque ya viene Santaclós


texto y foto: Carlos Sánchez

Albatros es un ave que se desplaza sobre el cielo encima de la mar. Albatros es también la línea de transportes en la que ahora viajo hacia Caborca. Leer y ver, conocer, es la consigna. En el Club Rotario, el tema: la literatura. A las cuatro de la tarde.
Veo el paisaje y es tan árido como las oportunidades de permanecer con la seguridad de un empleo, encima de la tierra que nos vio nacer. Cavilo después de ver una fila de autos en la caseta de peaje. Avanzamos en este alado nombre de transporte.
Carbó es un pueblo hacia el norte de Hermosillo, tiene sobre la carretera un entronque, de allí salen o entran carros constantemente hacia el pueblo. En el entronque el Albatros se detiene, y trepan siete nuevos pasajeros, jóvenes todos, con sus mezclillas y camisetas untadas al cuerpo, mochilas al hombro, gorras de beisbolistas y uno de ellos, con una colección de metales: piercing, aretes, colgantes, en el rostro. Al encontrarse el sol con su cara, el reflejo forma un tapete de luz sobre los asientos del camión.
El último en trepar busca con la mirada un lugar dónde sentarse, quito la mochila del asiento de al lado y le invito a que me acompañe, “¿Aquí hay campo?”, inquiere. Le digo que se siente con confianza, que vamos en el mismo barco, que se relaje. Sonríe y me pregunta hacia adónde voy. A Caborca, le digo. “Yo para Altar. Me encargaron a unos muchachos allá, pos ahí los llevo, porque ellos necesitan el trabajo, yo también necesito levantar unos pesos”.
La gorra negra en mi acompañante, le arropa la frente, hasta las cejas le cae la visera. Tiene un bufón tatuado en su hombro derecho, y cada que volteo a verlo, el bufón me enseña la lengua, se sonríe burlón.
Que le dicen el Chundo, dice el de la gorra, y mientras controla a los otros tripulantes, chamacos que le acompañan, me cuenta de los asuntos que le acontecen y desarrolla. Que se dedica a la pizca de bufel, zacate, que allá en Altar lo pagan bien, y que a veces llena una troca de costales y luego va y los vende.
Así pasa los días de otoño, el Chundo, que es época de recolección, “y al tiro con la víboras, hay muchas, de a madre, pero vale la pena el riesgo, sí se aliviana uno, y pos hay que buscarle, sobre todo ahora que está cerca Sanataclós, ¿qué no?
A la par de las palabras del de la gorra, el paisaje es monótono: mezquites, más bufel, uno que otro cerro, adentro del camión: alguna ocurrencia de los muchachos del grupo, la risa como respuesta, alguno que otro estribillo cantado desde otro chamaco, el sentimiento tal vez por el viaje, la lejanía de la tierra, a saber.
El Chundo no aguanta las ganas de las palabras, y las dice más: Como te digo, vamos para Altar, allá hay unos pesos, y algo para el cerebro, lo que uno quiera. Lo escucho y tampoco me aguanto las ganas de las preguntas:
--¿Pero el terreno está caliente, no?
--Siempre ha estado igual, pero nosotros ya conocemos a la gente. Y vamos a lo que vamos. Más bien ellos, los que yo llevo.
--¿Para eso son las mochilas?
--Ajá.
--¿Cuánto es por cabeza?
--Quinientos dólares. Son cuatro noches, más o menos cien kilómetros. Pero como te digo, ya conocemos el camino. Y lo que se lleva pues no es tan pesado. Esta vez nomás se irán ellos, yo ando jodido de un tobillo, me acaban de quitar el yeso. No puedo caminar mucho.
Un cerro en las miradas, uno más. El Chundo dice que detrás de esos cerros iba a jugar de morrito, que hay unos ejidos donde su papá cuidaba vacas y su madre hacía tortillas. ¿Por qué de niño uno piensa menos en los problemas? Pregunta el Chundo.
Albatros sigue en su furia veloz, consumiendo kilómetros, los otros chavales siguen en sus diálogos, dos en cada asiento, tres parejas, similares proyectos. Sacan cuentas y hablan de ropa de marca, de cerveza, de regalos para navidad.
En el retén de inspección militar, en Querobabi, los de mochila aprovechan el puesto de chuchulucos que administran los soldados, algunos visitan los sanitarios, donde la cuota es lo que usted guste cooperar, y la frase emerge desde la voz de un muchacho lampiño que seguramente no ha mucho tiempo se enlistó en las filas castrenses.
Después de la tecnología pasando báscula con rayos equis, subimos de nuevo al autobús que ya se llena de mandíbulas mascando papas fritas, doritos nachos, tragos de soda. Los jóvenes le preguntan al Chundo que si cuánto cuesta un pollo asado en Altar, que si les hará valer con algunos, que si dentro del contrato está incluido ese menú. El Chundo les aclara que no, que con las sabritas les alcanza y que si a lo mucho, nomás llegando a Santa Ana, les comprará dos tres paquetes de burritos, que “están bien buenos, muy reportados, son de carne machaca”.
Sobre la marcha el Chundo pide la bacha, que significa un chance para pestañear, “porque no he dormido ni madre, me la pasé toda la noche corretando al conecte, si no pura verga se hubiera hecho lo del jale, y la neta ustedes saben que está muy cerca el Santaclós”.
Un ronquido parece ser una orden para el silencio, los otros muchachos emulan al Chundo y de pronto guardan silencio, intentando dormir. Intento infructuoso, el más chaparro y regordete, el que viaja en el último asiento, le tira con la envoltura de sabritas al que va adelante, la envoltura, por accidente, pega en uno de los viajeros que no viene en el grupo de muchachos, el regordete se escama, pero el señor de poco pelo, y mirada serena, dice con la misma mirada, que todo está bien, que entiende que así son los jóvenes. Continúa el viaje.
Santa Ana en su paso es un par de paquetes de burritos, dos tres sodas, algunas pepitorias que una señora oferta a dos por una. Uno de los chamacos baja en chinga, dice que va a un Oxxo, cuando el camión enciende de nuevo sus alas, el Chundo le dice al chofer que uno de sus camaradas aún no sube, que por favor lo espere, el chofer se solidariza, y aprovechando la espera va y viene al Oxxo también por unas sodas.
El camino de nuevo en la mirada. Altar el próximo puerto. Los muchachos ahora duermen, o hacen como que. El Chundo me estrecha la mano antes de bajar. Dice su nombre, que lo busque, que podemos camarear, que si un día ando necesitado de monedas puede conseguirme un jale de una semana, que con eso me puedo alivianar. “Eso sí, nomás prepárate para cuatro noches de camino, puro de noche, de día se descansa, de noche es la única manera”.
Al descender, un olor de esperanza, de ilusiones, desciende junto a los muchachos. Las mochilas coloridas son un arcoíris sobre la plaza de Altar. En un costado del jardín se organizan, se persignan, en unas cuantas horas el desierto les espera para sus pasos. Y esos quinientos dólares de ganancia. “Porque ya no tarda en llegar Santaclós”.