José Rivera, La Cebra Danza Gay (Foto: Miguel Galaz)
Vengo
a estarme de luto porque puedo / porque si no lo digo / yo / poeta de mi hora y de mi tiempo / se me
vendría abajo el alma, de vergüenza / por haberme callado.
(Fragmento de Duelo, Abigael Bohórquez, Poesida)
Carlos Sánchez
La importancia de los símbolos. La implacable sugerencia
de las imágenes. El ejercicio de la memoria.
Los espectadores miramos a los bailarines vestidos de
camuflaje, de facto la contrariedad, concluir la imposibilidad de un soldado
para bailar. Porque esto es así, la milicia como referencia de rigidez, de
disciplina, de machismo, incluso, exacerbado.
Los bailarines de La Cebra Danza Gay, marchan sobre el
escenario, hacia los imposibles, con la creación de su director, José Rivera,
construyen la posibilidad y entonces los soldados allí para ejercer la
cadencia, la fortaleza de sus cuerpos que bailan un tema que a todos nos
atormenta el corazón: la violencia del hombre “normal” contra el otro, el que
supuestamente vive a contracorriente porque ya ni Dios quiso avalar sus
preferencias sexuales.
José Rivera otra vez para levantar la mirada y a través
del arte, su arte, construir con los cuerpos un ensayo, una crónica
periodística, un cortometraje en vivo sobre la crueldad del ser humano cuando
se huye de sí mismo y en ese huir se somete y somete al de enfrente.
La Cebra celebrando diecisiete años de bailar. La Cebra
para decir lo que se ama, para señalar lo que perturba, lo que duele, lo que
no, porque no, porque así no, la vida es un cuadro, y mira si te sales te
condenas a las etiquetas, los dedos que señalan, por eso mejor quietecito que
el aire del deseo no te despeine.
Pero ocurre que no, José Rivera, no. Él se levanta y anda
la vida diciendo lo que le obsesiona, lo que desea, y lo hace a través de la
danza contemporánea, y vino a Hermosillo, a este Un Desierto donde queda de
manifiesto que el público también es de calidad y acata la convocatoria con
profesionalismo.
Porque así lo sugirió José Rivera, en su despedida, ya
cuando las cuatro o cinco coreografías que ofreció, fenecían: Un público
maravilloso, abierto, respetuoso.
La Cebra Danza Gay en su función de domingo por la noche,
nos puso a bailar hacia adentro, nos hizo un guiño a la conciencia, y entonces
nos dispusimos a gozar la fortaleza interpretativa de los bailarines, y
sufrimos también de tanta pandemia que significa SIDA y sufrimos por esos que
se nos adelantaron.
Pero, bueno, qué carajo, José en su oratoria física y
verbal también para regocijarse y regocijarnos. Un dueto lúdico sexy exquisito
fue aquella pieza donde un soldado y un marino bailan a ritmo de tango y se
entregan los labios.
Qué cadencia, cuánta pasión. Lo trivial se me viene a la
mente, pero no por ser trivial es menos importante, oportuno ahora decirlo,
otra vez: mientras el amor está, el género sexual es lo de menos. ¿Por qué nos
enoja hasta la rabia ese amor entre los otros?
Cabe en La Cebra, y ponderarlo, el compromiso sinónimo de
respeto para con el ser humano, empezando por ellos mismos, con la congruencia,
la permanencia en ese discurso respecto de los yerros sociales, los que
condenan desde siempre sólo porque de pronto uno se revela y desea bailar otros
sones, no los establecidos.
José Rivera un homenaje a los que, citando al poeta
Abigael Bohórquez, han muerto a desabasto. Bailando, que es lo
que sabe hacer.
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